Diálogo con Francesco Saraceno (1/2): ¿por qué la economía se ha vuelto una ciencia inútil?

Economista Francesco Saraceno / Nikolai Jakobsen ©

LA MIRADA EUROPEA tiene el lujo de presentar en exclusiva un diálogo con el economista romano Francesco Saraceno, con motivo de la publicación en italiano de su libro La scienza inutile: tutto quello che non abbiamo voluto imparare dall’economia, de la editorial LUISS University Press, una obra de referencia para comprender la complejidad de los problemas económicos que aquejan a la zona euro y cómo resolverlos.

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ 

Treinta grados y un sol despampanante en una tarde de julio parisina. A las 17:00 me doy cita con Francesco Saraceno en un bar de la Place de Catalogne. El lugar resulta emblemático por los aires griegos de su arquitectura y porque resulta ser, además, el emplazamiento de las oficinas del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE). La conversación comienza casual, sencilla y pronto avanza por derroteros técnicos, aunque con lenguaje ameno y comprensible, como en el libro. Francesco Saraceno está acostumbrado a la pedagogía. No solo es economista senior del OFCE y antiguo miembro del Consejo de Asesores Económicos de la oficina del primer ministro italiano, sino también responsable de la rama económica del máster en asuntos europeos de Sciences Po, donde enseña economía avanzada de la Unión Europea e internacional. Es profesor universitario y se nota en la claridad de sus explicaciones.

LA MIRADA EUROPEA (LME): Francesco, me gustaría hacerle una pregunta relativa a su libro, para introducirnos en el indescifrable mundo de la economía. A menudo escucho a ciudadanos quejarse de que la economía no sirve porque los economistas primero no pronosticaron la crisis y luego no supieron resolverla. La verdad es que han pasado diez años y los países del sur seguimos en crisis. La economía parece así más un dogma de fe que una ciencia. ¿Qué le ha ocurrido a la economía en las últimas décadas para que una parte de la población haya perdido la confianza?

Francesco Saraceno (F. S.): lo que ha ocurrido es que se ha afirmado una teoría considerada mainstream o dominante que de alguna forma se ha vuelto portadora de principios universales y ha excluido del análisis económico el estudio de la historia y de los hechos. Esto ha tenido una consecuencia muy importante ya que una vez que se excluye de la teoría económica la historia de los hechos, porque la teoría que se impone se basa en individuos que maximizan sus decisiones, se tiende a renunciar a la complejidad. Así, la economía se convierte en una ciencia simplista hasta el punto de que todo es blanco o negro. Concluido este proceso, la economía no puede sino volverse un arma de guerra entre bandos con ideas distintas, pues se cierra en sí misma y al diálogo, y así se produce la contrariedad de que, cuando aparecen hechos nuevos, hechos que cambian el curso de la historia, la economía no es capaz de facilitar las respuestas que la gente exige, ya que no ha hecho lo que habría debido hacer: adaptar la teoría a los hechos. Este es el motivo por el que la economía se ha convertido en una ciencia inútil: porque se ha encerrado en el dogmatismo. La culpa se la debemos echar también a los políticos, porque estos no buscan respuestas complejas sino simples que vender a sus electores. Digamos que se produce una tendencia general de simplificación del discurso político que acentúa los aspectos más negativos de la economía.

LME: ¿entonces ha habido dogmas que se han tomado como verdades irrefutables, como por ejemplo que la economía se regula sola?

F. S.: yo siempre enseño a mis estudiantes una cita de Goethe que dice que las doctrinas y las escuelas de pensamiento están por definición enamoradas de sí mismas y cerradas al resto. Esto es algo general. Ninguna teoría económica se escapa de este principio, ni la neoclásica ni la keynesiana. Sin embargo, es verdad que la corriente imperante a partir de los años ochenta se considera a sí misma fundada en principios universales como, por ejemplo, que el individuo racional maximiza sus beneficios. El problema es que una vez que contamos con estos principios racionales que han de explicar todo siempre y en cualquier circunstancia, la teoría siempre ofrece la misma respuesta. Repito: es normal que una escuela de pensamiento se consolide y se cierre al exterior, pero una escuela de pensamiento que se conciba a sí misma como universalista lo hace todavía más. Por desgracia, esta ha sido la característica de la doctrina dominante estos últimos años.

La economía no es capaz de facilitar las respuestas que la gente exige ya que no ha hecho lo que habría debido hacer: adaptar la teoría a los hechos.

LME: hablando de dogmas, nos han repetido muchísimas veces que el Estado debe administrar sus presupuestos como lo haría una familia, es decir, sin gastar más de lo que ingresa. ¿Hay algo que no funciona en esta comparación?

F. S.: absolutamente, se trata de un discurso falaz porque si bien para una familia los ingresos son independientes de los gastos, y por tanto reducir los gastos para que estos permanezcan por debajo de los ingresos es una cosa razonable y sensata, para un Estado los ingresos y los gastos están unidos. Así, si un Estado gasta menos, también produce menos ingresos porque hay menos demanda. La falacia de considerar que el todo es igual a sus partes individuales es obviamente equivocada. Este discurso lo hemos escuchado mucho pues justificaba las políticas de austeridad, pero no tiene en cuenta el hecho de que si todos reducen los gastos, se reducen también los ingresos. Se instaura así una especie de círculo vicioso en el que no solo no se puede afirmar que no estemos más endeudados sino que además terminamos siendo seguramente mucho más pobres.

LME: ¿y por qué se produce esta dependencia entre ingresos y gastos, por el efecto multiplicador de la inversión pública?

F. S.: se produce este vínculo sencillamente porque en la economía, entendida como un conjunto, todo aquello que yo gasto se convierte en ingresos para otra persona. Por ello, si yo me considero a mí mismo de forma aislada, mis ingresos no dependen de mis gastos, pero si tomo la economía en su conjunto, si yo gasto, tú ingresas, y viceversa. Cada vez que la economía viene considerada como un todo, no se puede obviar el hecho de que hay una igualdad entre ingresos y gastos. Esta es una igualdad contable, no económica. No es necesario ser keynesianos o neoclásicos para compartir este concepto. Esto es lo que explico en el apéndice del primer capítulo del libro. Por ello, decir que el Estado debe comportarse como una familia no tiene ningún tipo de sentido desde el punto de vista económico. Es simplemente un error. Y repito, no tiene nada que ver con ser keynesianos o neoclásicos: no es más que un error que demuestra únicamente un conocimiento deficiente de la economía.

LME: otra idea muy repetida es que el euro es una moneda liberal que impide cualquier tipo de política alternativa. Esto se ve por ejemplo en Portugal, donde se puede realizar una política distinta pero tampoco tan distinta. ¿Qué podría comentarnos al respecto?

F. S.: que no es verdad. Por desgracia el euro nació y creció cuando se consolidaba la teoría de la que hablábamos antes, que fundamentalmente se basa en el rechazo a que la política pública gestione la economía y en la eficiencia de los mercados. Por tanto, el euro fue diseñado y puesto en circulación siguiendo este paradigma de pensamiento, pero nada en la teoría de las zonas monetarias óptimas que conocemos desde los años sesenta, ni nada en la teoría económica general nos lleva a esta equivalencia entre la gestión de soberanía monetaria y las políticas neoliberales.

Es este euro [por la estructura que lo rodea] el que es neoliberal, en eso estamos de acuerdo, pero nadie puede decir que el euro sea intrínsecamente neoliberal. Esto es importante que se sepa porque forma parte de una crítica de toda la izquierda radical que confunde un poco ambos conceptos: se puede tener una unión monetaria sin tener políticas neoliberales. El hecho de que solo Portugal, y no sin un cierto esfuerzo, logre realizar otras políticas, no es, repito, porque esté en el euro, sino porque existen el gobierno alemán, la Comisión Europea, el gobierno francés…, que están todos inclinados hacia esa interpretación de la política económica.

Cambiamos de tercio y le enseñamos a Saraceno algunos datos de la OCDE. La deuda española antes del inicio de la crisis, en el 2007, estaba en el 41,7% del PIB. Luego alcanzó el 66,6% en el 2010, momento en el que comenzaron las políticas de austeridad. Tras cuatro años de ajuste presupuestario, la deuda española llegó en 2014 al 118,4% del PIB y en 2017 se mantuvo en el 114,9%. El caso griego parecía más grave: en el 2007 la deuda estaba en el 112,8% del PIB; en 2010, en el 129%; y en el 2017, tras siete años de ayuda «técnica», aumentó al 191,1%.

El desempleo siguió el mismo camino. En España, la cifra de desocupación era del 8,23% en 2007 y al estallar la crisis subió al 21,39% en 2011 y llegó a un 26,09% en 2013. A partir de ahí disminuyó hasta alcanzar un 17,22% en 2017, en parte inducido por el aumento de la emigración y de la precariedad, pues según el Ministerio de Empleo, 9 de cada 10 empleos creados en España en 2017 fueron temporales. En Grecia, el escenario era más catastrófico: partiendo de un 8,4% de paro en 2007, llegó a un 27,47% en 2013 y luego bajó hasta el 21,49% en 2017, que supone la peor tasa de desempleo con diferencia de toda la UE. Ambos países, por tanto, continúan con niveles de desempleo propios de Estados fallidos.

LME: a la vista de estos datos relativos a dos países paradigmáticos, Francesco, la pregunta sería: ¿por qué da la impresión de que cuanto más se controla el gasto público, más aumenta la deuda y no se resuelve el desempleo?

F. S.: su pregunta no siempre es verdad. Debemos tener cuidado con no generalizar demasiado. El gasto público tiene un impacto sobre el crecimiento. Este impacto es alto sobre todo cuando la economía está lejos del nivel de plena ocupación, de lo que se llama renta potencial. Así, si uno intenta reducir el gasto público cuando la economía está en una situación de plena ocupación, en un momento en que la economía goce de buena salud, el efecto obtenido será simplemente el resultado normal de reducir la deuda pública respecto del PIB, sin más. Esto es normal y a veces justo. Depende del uso que el contrato social decide hacer del gasto público, porque puede haber momentos en que se decide que el gasto público debe ser limitado pues no resulta necesario que el Estado provea servicios a los ciudadanos, ya que estos prefieren obtenerlos por su cuenta. Como ejemplo, Estados Unidos.

Nadie puede afirmar que el euro sea intrínsecamente neoliberal.

Sin embargo, también es verdad que cuando la economía se aleja del potencial, porque hay una carencia de demanda, los famosos multiplicadores del gasto público aumentan su valor. Así, podría ocurrir que un aumento o una reducción del gasto público tuviese un impacto mucho más significativo sobre los precios. En ese caso, nos encontraríamos en una situación en la que, si se reduce el gasto público, la deuda disminuye en términos nominales, pero al mismo tiempo disminuye el otro denominador de la relación, que es el PIB [la deuda se calcula respecto del PIB] y así se agrava la recesión. Agravando la recesión las finanzas públicas se vuelven menos sostenibles, es decir, la relación entre el parámetro deuda y PIB aumenta. La lección por tanto que debemos aprender de los últimos diez años no es si reducir el gasto público resulta beneficioso, o si es beneficioso reducir la deuda, sino que hay que saber reducir la deuda en el momento apropiado, es decir, cuando la economía goza de buena salud. Reducir la deuda cuando la economía está enferma se vuelve, como demuestran los datos que usted me ha mostrado, contraproducente. En inglés el término self-defeating [‘contraproducente’, literalmente que se derrota a sí mismo] lo explica muy bien.

Uno hace austeridad, y esta austeridad no solo crea sufrimiento, sino que encima fracasa en su objetivo. El mismo Keynes dijo que el boom económico y no la recesión era el momento de hacer austeridad. El asunto no consiste por tanto en discernir si la austeridad es buena o mala, sino en comprender si es el momento de aplicarla. Además, todo esto depende de juicios de valor. Cada pueblo es distinto, puede cambiar. En algunos momentos el pueblo puede ser más propenso a delegar algunos servicios al Estado, en otros momentos menos. Es completamente normal, como digo, porque depende simplemente del contrato social. Nada obliga, por ejemplo, a que las pensiones las pague el Estado. Que lo haga o no no es ni justo ni equivocado, pero sí hay que entender que la austeridad tiene efectos macroeconómicas y que, repito, la teoría de la que hablábamos al principio, tan simplista y universalista, no se da cuenta de que la misma política en dos momentos distintos tiene efectos muy distintos. La austeridad llevada a cabo en un momento de crisis empeora la situación, además de provocar, como con el caso del desempleo que citaba usted antes, efectos sociales desastrosos. No solo no se ha reducido la deuda, sino que se ha hecho sufrir a la población para nada. Así que la lección es: políticas adecuadas en el momento adecuado.

LME: demuestra en su libro que estamos inmersos en Europa en algo que se llama trampa de liquidez. ¿Puede explicarnos qué es y cómo se sale de ella?

F. S.: estamos saliendo de ella lentamente. La trampa de liquidez es una situación, descrita por Keynes, en la que en un momento de gran incertidumbre sobre el estado de la economía, sobre las perspectivas de futuro, los agentes económicos deciden, en lugar de gastar o de invertir su dinero en títulos o en acciones, dirigirse a activos seguros, safe assets en inglés, que son los títulos de deuda pública o, más a menudo, liquidez, el dinero en efectivo, los famosos billetes bajo el colchón. Este dinero que los agentes deciden no gastar son sustraídos en cierto sentido del circuito del que hablábamos antes de ingresos y gastos, según el cual si yo tengo un ingreso, este ingreso es el gasto de alguien, o mi gasto es el ingreso de otra persona y este flujo permite sostener la economía.

Si se sustraen recursos de este circuito, se produce una carencia de demanda. La trampa de liquidez es una situación en la que la sed y la necesidad de activos líquidos seguros es tan alto que el banco central puede imprimir todos los billetes que quiera que, aún así, siempre tendrá una situación en la que la demanda es superior a la oferta. Aunque se imprima una cantidad infinita de billetes, está será absorbida, no gastada. Es como una esponja que absorbe liquidez y no la suelta en términos de demanda de bienes. De esta forma, la política monetaria se vuelve ineficaz. Es una trampa porque no es posible con la política monetaria, dando dinero a la gente, por decirlo de una forma brutalmente simplista, relanzar la economía. Así, decía Keynes, cuando la economía se encuentra en esta situación de trampa de liquidez, la solución no es la política monetaria, sino la política fiscal.

No solo no se ha reducido la deuda, sino que se ha hecho sufrir a la población para nada. Así que la lección es: políticas adecuadas en el momento adecuado.

Es por esto por lo que en el debate que se produjo entre el 2012 y el 2015, del que hablo en el libro, a quien apoyaba que el Banco Central Europeo llevara a cabo la expansión cuantitativa [quantitative easing, en inglés], se le respondía que era una gran idea porque hacía falta liquidez, pero que no habría ayudado a sacar a la economía de la recesión. En efecto es lo que ha ocurrido. La expansión cuantitativa ha mantenido los tipos bajos, ha permitido a los países más endeudados respirar, pero no ha relanzado la economía. Para relanzar la economía era necesario que la política fiscal fuese más expansiva, algo que solo comenzó a producirse desde 2015, 2016. Por tanto, la trampa de liquidez es una situación un poco perversa en la que uno de los dos instrumentos a disposición de los políticos, es decir, la política monetaria, deja de ser eficiente. Yo siempre hablo de las ruedas de un coche que se desliza sobre el hielo. Cuando el coche acelera, las ruedas resbalan, no tienen tracción y el coche no camina. Este símil explica bien la trampa de liquidez.

LME: ¿así que para salir solo podremos utilizar una política fiscal expansiva?

F. S.: es lo que está ocurriendo ahora. La política fiscal se ha vuelto un poco menos restrictiva, a veces incluso expansiva en algunos países. Si se une este pequeño impulso de inversión del Estado al hecho lógico de que las crisis en un momento dado terminan, se ve la mejoría. Las crisis no perduran eternamente.

Entrevista traducida del italiano por Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

Haz clic aquí para leer la segunda parte: ¿Qué sentido tienen los límites de 3% de déficit y de 60% de deuda?