¿Están dispuestos los jóvenes europeos a buscar trabajo en otro país?

Ahora está de moda proponer a los jóvenes que salgan de su tierra para vivir nuevas experiencias, aprender un nuevo idioma y, de paso, conseguir un empleo en otro país europeo, pero ¿cuántos jóvenes desean realmente cruzar la frontera?

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

Para reducir el alto paro que aquejan los países del sur de Europa, los gobernantes liberales apremian a los jóvenes a que vayan a otros países en busca de aventuras. La propuesta parece convenir a todo el mundo: a los gobiernos del sur, porque así reducen sus cifras de desempleo y pueden hacer propaganda de lo bien que gestionan el mercado del trabajo; a los gobiernos del norte, porque reciben el capital humano en el que invirtieron los contribuyentes del sur pagando los estudios a esos cerebros que, ahora, servirán al progreso económico del norte y a la prosperidad económica de sus sistemas del bienestar; y también a los jóvenes, porque se enriquecen culturalmente en una nueva experiencia que les permitirá madurar, descubrir una nueva cultura y otra lengua y, por qué no, hacer nuevos amigos.

La idea es en sí muy buena, pero solo cuando los jóvenes no estén obligados a emigrar, sino que lo hagan por deseo personal, y también cuando el país receptor sea capaz de valorar el capital que llega, porque en muchas ocasiones se les considera ciudadanos de segunda e incluso trabajadores no aptos porque su dominio de la lengua es inferior al de un nativo. Sí, este tipo de actitudes dan cuenta de que aún estamos en la prehistoria de la integración europea. Quizá esto se deba al hecho de que, a juzgar por los datos, no sean tantos los jóvenes que en realidad se lancen al descubrimiento de otros países y, por tanto, el contacto con personas de otros lares sea aún relativamente bajo a nivel profesional en la mayor parte de Europa.

Los jóvenes del sur de Europa suelen tener que elegir entre irse y promover su carrera o sufrir una precariedad que se consolida en el tiempo.

EL INSOPORTABLE PESO DEL PARO EN EL SUR DE EUROPA

Los países del sur cuentan con las mejores condiciones climáticas y con paisajes de postal veraniega, pero sus gobernantes no parecen tan interesados en que las regiones mediterráneas sean especialmente prósperas, tal y como se percibe por la poca inversión económica y el escaso dinamismo de las zonas costeras (salvo notables excepciones). Los jóvenes suelen tener que elegir entre irse y promover su carrera o sufrir una precariedad que se consolida en el tiempo.

Si las tasas de paro más bajas en enero de 2018 se registraron en Chequia (2,4%), Malta (3,5%) y en Alemania (3,6%), que en parte maquilla sus datos con la precariedad del trabajo incluso en la primera potencia europea, dando cuenta de que el modelo liberal alemán no está funcionando ni siquiera para ellos, los niveles de desempleo más altos los encontramos en Grecia (20,9%, en noviembre de 2017), en España (16,3%) y en Italia (11,1%), según Eurostat.

La mitad de los jóvenes sin empleo parecería tentada en la teoría a hacer las maletas, pero menos del 1% ha cruzado de manera efectiva la frontera para obtener su empleo actual.

Si observamos el desempleo juvenil, las cifras son más alarmantes. Cabe recordar que por «tasa de paro juvenil» se entiende el porcentaje de personas que teniendo entre 15 y 24 años y queriendo trabajar, no pueden hacerlo, y no al porcentaje total de jóvenes en esas edades sin empleo. Así, indica Eurostat que 3,64 millones de jóvenes de menos de 25 años estaban desocupados en la UE en enero de 2018, lo que supone una tasa de paro juvenil global del 16,1%. Por países, las tasas más bajas se registraron en Chequia (5,8%), en Estonia (6,5%, en diciembre de 2017) y en Alemania (6,6%), mientras que las más elevadas eran las de Grecia, con un estratosférico 43,7% en noviembre de 2017; las de España, con un 36%; y las de la vecina Italia, al 31,5%.

¿EMIGRAN LOS JÓVENES?

Según la Oficina Europea de Estadística, la mitad de los jóvenes sin empleo parecería tentada en la teoría a hacer las maletas, pero menos del 1% ha cruzado de manera efectiva la frontera para obtener su empleo actual. La precariedad del sur por tanto no termina de animar a la población joven a abandonar su tierra.

El nivel educativo no marca ninguna diferencia. Los jóvenes en paro con un alto nivel educativo parecen más dispuestos a establecerse en otro punto de su propio país (23%) que a mudarse a otro país de la UE (16%). Igual, los jóvenes con un menor nivel educativo muestran las mismas preferencias en un 21% y un 10%, respectivamente.

Además, Eurostat ha descubierto que el 90% de los jóvenes entre 20 y 34 años que ha decidido mudarse a otro Estado miembro no lo ha hecho por trabajo. Los que lo hacen por razones laborales supondrían un escaso 1%, frente al 8% que también se ha mudado por trabajo a otra región de su propio país.

Por Estados, el cuadro resulta pintoresco. Los jóvenes de los Estados-isla mediterráneos, Malta y Chipre, no están dispuestos a mudarse por trabajo en un 73% y un 68%, respectivamente. Los estonios (26%), los croatas (26%) y los eslovenos (25%) son en cambio los que no tendrían inconveniente en moverse por Europa. En cuanto a los jóvenes que desean probar suerte fuera de la UE, los más emprendedores son los suecos (34%), los españoles (28%), los finlandeses (28%) y los franceses (27%).

ESTEREOTIPOS ROTOS

Estos datos nos permiten sacar ciertas conclusiones. Si bien los jóvenes sí han comenzado a moverse para mejorar sus carreras profesionales, la movilidad juvenil es todavía una asignatura pendiente en Europa. Las razones parecen ser la dificultad de aprender una lengua extranjera y, también, los prejuicios de las empresas locales a la hora de contratar a extranjeros, incluso altamente formados, provenientes de otras zonas de Europa.

Ahora bien, el estudio demuestra también que los jóvenes no se ven motivados a cambiar de país incluso cuando el desempleo alcanza cotas altas en sus propios países. Solo el 1% emigra por necesidad. Por el momento, son más los que prefieren permanecer en su tierra, incluso sin empleo.

Los defensores de la movilidad como algo positivo, que sin duda lo es para quien no se ve obligado a ejercerla, incluso temporalmente, deberían repensar cómo promoverla entre las nuevas generaciones. Es evidente que programas como Erasmus+ abren puertas, pero la difusión de la existencia de estas iniciativas y la mejora de su atractivo siguen siendo asignaturas pendientes de las instituciones europeas.