Eurovisión, ese latir europeo desde 1956: o cómo unir Europa a través del espectáculo

Eleni Foureira, representante de Chipre en Eurovisión 2018.

Eurovisión se retransmite este año desde Lisboa (Portugal). El país ibérico, que se resistía a organizarlo por lo caro que resulta, al final cedió a la presión y decidió verlo como una oportunidad. Si la final será el próximo sábado, 12 de mayo, las dos semifinales tendrán lugar hoy, martes, 8 de mayo, y el jueves, 10 de mayo.  

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

Pues sí, me pidieron que no escribiera este artículo. Eurovisión no es política, decían, y me eché a reír. Está claro que si un día Europa logra unir pueblos, lo logrará a través de la cultura y, en particular, de la baja, de la bajísima cultura que representa la música de este festival odiado por algunos y amado por otros, yo incluido.

En 2009 en Roma leí un libro (The United States of Europe: The New Superpower and the End of American Supremacy, de T. R. Reid) que apuntaba lo extendida que estaba la opinión entre todos los de la generación E que Eurovisión era un «gran bodrio». Pues bien, ya el término «generación E» es extraño, pero se lo explico: T. R. Reid se refería a todos nosotros, los jóvenes europeos que hemos crecido con la UE ya en proceso, los europeos para quienes Europa está ahí, sin más, «lógicamente», conformando una especie de «país de países» que nos engloba a todos. Claro que, dejando de lado este concepto abstracto, lo que defendía T. R. Reid era que si bien todos los europeos en una conversación ordinaria coincidiríamos casi con total seguridad en calificar Eurovisión como un «gran bodrio», a todos nos gustaba verlo porque era «nuestro» gran bodrio, un gran bodrio que unía a todos los europeos aunque solo fuera por una noche al año. O tres, si contamos las semifinales.

Ha llovido desde 2004, año en que se publicó el libro. La crisis del liberalismo sin reglas en 2008 y, sobre todo, la nefasta gestión política posterior (en ella estamos desde 2009 y seguimos) nos cambió a todos. Y Eurovisión también se modernizó. Ahora es menos música y más fanfarria, menos arte del de calidad y más espectáculo, más histriónico pero mejor adaptado a nuestra época. Y gusta, gusta cada vez más. Yo lo reconozco: a mí me encanta. Y lo considero no solo un elemento claro de la (baja) cultura del continente, sino también un poderoso símbolo político de unidad. Sin quererlo, los aficionados a Eurovisión descubren en una sola noche que existe un país, Croacia, que se lleva muy mal con otro que se llama Serbia; o que Chipre y Grecia hablan el mismo idioma y que se dan los doce puntos pase lo que pase. O Suecia a Finlandia, o Bielorrusia a Rusia. Por afinidad cultural, dicen, pero también social y política.

Da igual, lo importante es que nos sentamos y lo vemos. Y eso une Europa. Eso es política con hechos, cada mayo. ¿Acaso alguien duda que el sábado noche eurovisivo no hace más por la unión del continente que el 9 de mayo, día de Europa que nadie conoce?

Ay, ay. Y eso que participa Israel y Australia, por nombrar solo dos países que no son europeos. O Rusia, que no forma ni formará parte de la UE. Espera, sí, lo explico: Australia participa desde 2015 porque después de haber devastado el continente con la austeridad, los países europeos ya no tienen dinero y Australia sí. La pela es la pela, que venga quien haga falta. Y así se promocionan los europeos por Oceanía, que no les viene mal. Pero todo eso da igual, porque lo bonito es la polémica. Eso nos une más que nada. Y la música.

Todos los años se sabe quién gana antes de que empiece el festival. Este año arrasará Israel. Disculpen la franqueza. Les he arruinado la fiesta, ¿no? Pero está claro, lo habrán notado porque la canción, Toy, ya se escucha hasta en Uganda, donde están colgando vídeos de jóvenes bailándola. No es que se trate solo de la canción más alegre y original, sino que la intérprete, Netta Barzilai, ha roto moldes por el mensaje feminista que ella misma representa. Y todo con un estilo que cae bien y una forma de cantar que suma. No podía ser menos con un compositor como Doron Medalie, que ya propuso la canción Golden Boy para Israel en 2015, reversionada en griego por Eleni Foureira, la candidata de este año por Chipre, y que además es el artífice de varios exitazos mediterráneos como Tikitas. Por fin una canción que merece ganar tiene todas las papeletas.

Ahora bien, si no ocurre, y Eurovisión también es sorpresa, será porque otras canciones le pisan los talones. Chequia este año es la estrella de Europa Central con Lie to me, una canción muy propia de Justin Bieber que gusta sin embargo a todo el mundo. Estonia, en la zona báltica, este año trae una soprano que quiere aguarnos la fiesta con una canción de excesiva calidad técnica. También España, con el dúo formado por Amaia y Alfred, dos voces muy bonitas y originales, está enterneciendo los corazones de media Europa. Podrían ganar si no fuera porque la canción es igual que la de Portugal del año pasado.

También están en el podio Bélgica y en menor medida Bulgaria, con canciones tan depresivas como populares; Francia, con una propuesta de ritmos franceses setenteros que logra, sin caer en lo fácil, denunciar el drama de los refugiados (¡bravo!); y Noruega, con Alexander Rybak, que ya ganó en 2009 y que se vuelve a presentar con una canción que saca la sonrisa, confirmando que el país no tiene más cantantes que ofrecerle al mundo. Por último, la otra gran favorita es Australia, que parece haber aprendido rápido cómo se elabora una canción vacía y sin chicha. Quizá el secreto de su éxito sea que la cantante, Jessica Mauboy, hace muy bien su trabajo, a pesar de la pobre canción.

Netta Barzilai, representante de Israel en el Festival de Eurovisión 2018.

Y con todo, otros países que no ganarán también merecen una reseña. Como sabemos, los eurovisivos esperamos todos los años a nuestra Helena Paparizou bis, tris, tetrakis, etcétera, ganadora del festival por Grecia en 2005, porque el concepto lo repite cada año algún país a su manera (y si no vean estos vídeos: Grecia 2008, Armenia 2008, Chipre 2012 o Grecia 2012). Pues bien, este año Chipre se pone a ello con mucho esmero y originalidad. La canción Fuego, en inglés a pesar del título, aunque la versión en español saldrá esta semana, dará que hablar porque la puesta en escena de Eleni Foureira, la cantante, es espectacular y ella, una profesional. Además, este año es diferente porque por primera vez la propia Helena Paparizou ha versionado la canción de Foureira, dándole su apoyo. Grecia también pisa fuerte con una balada en griego, Oniro Mou, muy atmosférica. El mensaje político, junto con Francia, lo trae este año Italia con Non mi avete fatto niente, de Ermal Meta y Fabrizio Moro, que hablan de nuestra capacidad para oponernos a la guerra y al terrorismo, una canción particularmente conmovedora.

Las cartas no están echadas; todavía lo imprevisto puede pasar.

SerbiaMontenegro, GeorgiaEslovenia y alguno más (pocos) tienen el mérito de presentar canciones en su idioma y los pequeños países, Malta y San Marino, que no pasarán la semifinal porque no tienen suficientes amigos, también traen propuestas atractivas. Lo mismo le pasa a Suiza, que merecería estar entre las favoritas si no fuera porque nadie la vota nunca. Este año, además, la discoteca la pone Finlandia con Monsters y Austria nos recuerda que Eurovisión puede ser también de otra manera. UcraniaBielorrusia, por su lado, también traen baladas muy pegadizas.

Escenario de este año en Lisboa.

El resto ni merece una mención. Bueno, quizá sí el Reino Unido, que está en pleno Brexit, incluido el musical, pues nos deja la duda de por qué una potencia mundial en música siempre trae lo peor a Eurovisión. ¿Actitud euroescéptica? Quién sabe. Y también Rusia, que este año vuelve a proponernos a la estupenda Julia Samoylova, pero con una canción, I Won’t Break, que no da la talla. El año pasado también presentaron a Julia con otra, Flame Is Burning, que era mucho mejor, aunque nunca pudimos escucharla ya que Ucrania, país organizador en 2017, le prohibió la entrada por el escandaloso asunto de Crimea. Todo es política, faltaría más.

En resumidas cuentas, Eurovisión puede gustar más o menos, pero lo que no se puede negar es que esta gran cita europea, cada vez mejor planteada y más seguida, ha renacido y constituye, sin lugar a dudas, un referente social de cómo se construye Europa. Un único escenario, un único mercado musical y una sola competición: solo el fútbol, con otro público, puede romper fronteras de esta manera. Así que ya saben, vean Eurovisión sin tomárselo en serio. Y disfrútenlo si pueden.

Escúchalas todas:

Resumen de 16 minutos de las 43 canciones de Eurovisión 2018.