Francesco Saraceno ha sido considerado esta semana uno de los cincuenta economistas más influyentes del mundo, de acuerdo con la última clasificación de Focus Economics. En esta segunda parte de nuestro diálogo con él, con motivo de la publicación en italiano de su libro La scienza inutile: tutto quello che non abbiamo voluto imparare dall’economia, de la editorial LUISS University Press, intentamos comprender con mayor precisión cómo se podrían arreglar las deficiencias de la UE.
Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ
LA MIRADA EUROPEA (LME): ¿cuáles son las razones, Francesco, por las que se han elegido los límites del 3% de déficit y del 60% de deuda? ¿Tienen un sentido técnico o son simplemente una obsesión basada en la nada?
Francesco Saraceno (F. S.): son cifras coherentes entre ellas, pero son prácticamente casuales. En el momento en que se decidieron se tomó el índice de deuda medio de los países europeos, que por entonces era del 60%, y se calculó que con un crecimiento nominal del 5%, es decir, de 3% de crecimiento real y con un 2% de subida de los precios, para estabilizar la deuda pública en un 60%, era necesario disponer de un déficit que no fuese superior al 3%. Es un cálculo sencillo que se puede hacer. Con un déficit del 3%, con un crecimiento nominal del 5%, que es el crecimiento considerado normal, se alcanza un 60% de deuda. Por tanto, las cifras entre sí son coherentes, pero en absoluto son cifras no digo arbitrarias, pero sí que no se basan en absoluto en ninguna teoría económica. Podría ser 80% de deuda y un 4% de déficit, o un 30% de deuda y un 2% de déficit. Lo importante es que sean coherentes entre sí, valgan lo que valgan, es decir, nada.
LME: pero valen en el sentido de que nos marcan unos objetivos razonables.
F. S.: en el sentido de que son coherentes, es decir, si tú tienes un crecimiento del 3%, una inflación del 2% y un déficit del 3%, tu deuda está en torno al 60%.
La eurozona no es una zona monetaria óptima por el simple motivo de que no hay mecanismos automáticos de absorción de los shocks asimétricos.
LME: ¿por qué la eurozona no es una unión monetaria óptima? ¿Por qué el euro no funciona bien para todos los países y qué podríamos hacer para mejorarlo?
F. S.: no es una zona monetaria óptima por el simple motivo de que no hay en la economía europea mecanismos automáticos de absorción de los shocks asimétricos. Si se produce un shock que golpea a un país, por ejemplo, a Francia, y no golpea a otro, por ejemplo, a Alemania, nada en el sistema tal y como está construido consiente que este shock sea reabsorbido para que ambos países vuelvan más o menos al mismo nivel. Este es el problema.
¿Qué mecanismos podrían llevar a esta reabsorción? De ellos habla Mundell en un artículo suyo de 1960 y no han cambiado: o los mercados se ocupan de esto y logran, por ejemplo, con reequilibrios salariales, con movilidad laboral entre ambos países, como ocurre en Estados Unidos, recuperar el equilibrio; o puede ocurrir que el equilibrio se obtenga a través de gasto público diferenciado o a través de transferencias fiscales de un país a otro: el famoso discurso sobre la unión fiscal, si se hace o no se hace el presupuesto de la eurozona. Todas estas cuestiones están ligadas a esta cuestión de las zonas monetarias óptimas.
Yo soy absolutamente favorable a un subsidio por desempleo europeo.
Volvemos a lo que decíamos antes, estos criterios no son neoliberales, pero es verdad que cuando se concibió la Unión Europea y se añadieron a su arquitectura todas las reglas fiscales con un discurso público que insistía en la necesidad de hacer reformas y ajustes de mercado, se puso el énfasis en la flexibilidad de los mercados y se olvidó que esta no basta ni siquiera en Estados Unidos. Allí hay mucho más que flexibilidad de los mercados. Por ello, repito, sí se puede hacer una unión monetaria y ser keynesianos. Sí se puede hacer una unión monetaria sin políticas neoliberales.
LME: ¿se debería entonces tener un presupuesto europeo?
F. S.: lo que yo creo es que hay dos caminos. O se decide que la zona euro solo puede ser neoliberal, en cuyo caso habrá de volver a las monedas nacionales, que es lo que sostienen los defensores de los exit repartidos por el mundo, pero yo considero que este es un paso atrás político muy peligroso y arriesgado. O bien se ponen en marcha todas aquellas innovaciones institucionales, cualesquiera, que consientan tener mecanismos que juntos absorban los shocks asimétricos y permitan que la UE funcione mejor. Yo soy absolutamente favorable a un subsidio por desempleo europeo, por citar uno, porque bien construido podría garantizar que se produzcan transferencias temporales según qué países están mejor y cuáles peor. Debería concebirse de tal forma que Grecia pueda pagar a Alemania cuando esta última esté mal, como ocurrió en 2005 y 2006, cuando Grecia estaba en boom y Alemania en recesión, y viceversa.
El modelo alemán tienen dos defectos fundamentales: que no se puede generalizar y que se obliga a sí mismo a contar con el resto del mundo para crecer.
Otros elementos podrían ser un presupuesto público europeo, un ministro de finanzas que tenga poder para recaudar fondos y gastarlos donde deban ser gastados, etc. Ninguna de estas medidas por sí sola sería suficiente pero, si se aplican todas a la vez, cada una podría contribuir con un pedacito a que se garantice una unión monetaria óptima. Si esto se produjese, las fuerzas dominantes que hoy provocan divergencia económica se volverían minoritarias y la economía europea podría absorber los shocks asimétricos. Actualmente no estamos en este escenario.
LME: el modelo de éxito alemán está en horas bajas: las exportaciones a China han descendido considerablemente; Estados Unidos está cerrando su mercado a productos alemanes; la demanda de Francia, principal mercado europeo de Alemania, ha disminuido, junto con la de otros Estados en los que la austeridad ha ahogado su capacidad económica; y las inversiones empiezan a tener un menor retorno. ¿Qué está fallando en el modelo alemán? ¿Cuáles son los riesgos para la UE?
F. S.: el riesgo es que, teniendo en cuenta que la economía alemana es la más grande de la zona euro, si esta se congestiona, se congestiona toda la zona euro y ningún país sacará beneficio de ello. Por fortuna, el destino de Alemania está unido al de Europa. Si Alemania va bien, Europa va bien, y viceversa… o debería ser así, porque por desgracia a veces esto no se cumple. En cualquier caso, este es el riesgo. Yo no soy de los que aman decir «te lo había dicho», pero desde hace muchos años insisto en el hecho de que el modelo alemán tiene dos defectos fundamentales.
El primero es que no es un modelo que se pueda generalizar. Un famoso discurso de Krugman decía que el modelo alemán se basaba en las exportaciones, pero que si todos los países tienen que imitar el modelo y exportar, entonces tendríamos que comerciar con la luna, lo que no es posible. Si todos los países exportan, ninguno importa y el modelo colapsa, porque por definición tus exportaciones son mis importaciones y viceversa. El segundo, que yo considero más político que económico, es que de cierta manera, teniendo un crecimiento que depende de las exportaciones, Alemania se obliga a contar con el resto del mundo para crecer. El país eligió este modelo en 2003, cuando deprimió la demanda doméstica con una reforma laboral y una moderación salarial. Al principio funcionó bien porque sus bienes se los compraban los países del sur de Europa. Luego, cuando comenzó la crisis y los países del sur ya no pudieron, logró recolocar las exportaciones en el resto del mundo. Por eso salió de la crisis mejor que el resto de países europeos: porque continuó exportando. Hoy la economía mundial se está frenando o, digamos, no va tan bien como debería porque se entrevé en el horizonte una guerra comercial, una contracción del comercio mundial, y así se demuestra lo que yo decía: que con este modelo solo estás bien si está bien el resto del mundo.
Digamos que políticamente existe un incentivo a que los gobiernos privilegien el gasto corriente a la inversión en activos de futuro.
Así que de alguna forma delegas tu bienestar en las políticas decididas por otros países. Esto, para quien como Alemania aspira a ser líder del contexto geopolítico mundial, no es una buena idea, pues obviamente estará permanentemente, entre comillas, bajo chantaje. Sin ir más lejos, Trump ahora ha decidido poner aranceles a las importaciones. Mientras a algunos países ni les va ni les viene, a Alemania se le va la vida en ello. Es uno de los defectos de este modelo de crecimiento basado en las exportaciones. Por tanto, el problema es que delegas al resto del mundo tu bienestar, es decir, que impides que tú mismo seas capaz de crear bienestar con tus políticas internas. Así, si el resto del mundo estornuda, tú te pillas la gripe, que es lo que ahora le está sucediendo a Alemania.
LME: en su libro habla de varias medidas para mejorar la eficiencia de la zona euro y resolver los problemas actuales, pero hay una que llama especialmente la atención: la regla de oro aumentada. Esta, explica, se puede poner en práctica a nivel nacional, por medio del principio de subsidiariedad, ¿podría detallarnos en qué consiste?
F. S.: la propuesta de la regla de oro siempre ha existido. Nace de una serie de consideraciones. Le cito solo dos, porque son las más evidentes. En primer lugar, cada inversión bien acometida crea un stock de capital, es decir, crea activos para el gobierno o la entidad que las realiza, ya sea un ente público o una empresa. Ahora bien, no es en absoluto anormal, y tampoco resulta en absoluto problemático, si a este stock de activos que se crea con la inversión se le suma también un stock de pasivos, es decir, de deuda. Aumentas tu deuda, pero junto con tu deuda aumenta también el valor de lo que posees porque tienes más calles, porque tienes más capital. Por ello, se puede decir que financiar la inversión con emisión de deuda no tiene nada de escandaloso porque aumentas no solo la deuda, sino también los activos de que dispones. Este es el primer argumento a favor de la regla de oro, que además tiene un elemento de equidad desde un punto de vista intergeneracional. ¿Por qué? Porque estaríamos dejando a las generaciones futuras una deuda, sí, pero también unos activos con los que pagar dicha deuda. Les dejamos la deuda, pero también las carreteras, los puentes, etc.
El segundo argumento a favor de la regla de oro es que la inversión en actividades de futuro tiende, por su propia naturaleza, a ser un gasto políticamente menos visible que el gasto corriente. Esto quiere decir que un gobierno que se ve obligado a reducir el gasto público, porque así se lo piden por ejemplo la UE o el Fondo Monetario Internacional, y debe por tanto aplicar una política de austeridad, en lugar de reducir los salarios públicos o de despedir a cierto tipo de empleados públicos, preferirá reducir la inversión cuyos efectos solo se verán en el futuro. Electoralmente a corto plazo es mejor, pero a largo plazo resulta mortífero para el país. Digamos, pues, que políticamente existe un incentivo a que los gobiernos privilegien el gasto corriente a la inversión en activos de futuro.
Desde que en los años noventa se ha intentado reducir el peso del Estado en la economía, se ha visto que el porcentaje de inversión pública respecto del PIB ha disminuido drásticamente, hasta el punto de que hoy en casi todos los países avanzados, Estados Unidos y Alemania a la cabeza, hay una necesidad fuerte de infraestructuras públicas, porque ya no se invierte desde hace años. Estos serían los dos motivos por los que sería recomendable y sensato que la inversión pública se tratase de forma distinta al gasto corriente.
LME: digamos que esto justifica su aplicación, ¿pero en qué consiste exactamente?
F. S.: la regla de oro se basa en la idea, sustancialmente aplicada en Reino Unido en los años noventa, de que el gobierno debería financiar los gastos corrientes, como los salarios y otras cuestiones del gasto público, con los ingresos corrientes, de modo que exista una igualdad en las cuentas públicas entre ingresos y gastos, y a su vez financiar la inversión cuyo valor se verá en el futuro con la emisión de deuda pública. Esto significa que se eliminan del cómputo del 3% de déficit las inversiones del Estado en sectores de futuro. Una vez hecho esto, el límite del 3% incluso se podría reducir, por ejemplo al 1%. Lo importante sería que la inversión la eliminásemos de las cuentas normales y la financiásemos con deuda.
La regla de oro aumentada es una de las soluciones clave para resolver los problemas de los países europeos: consiste en que la inversión pública se trate de forma distinta al gasto corriente.
Una objeción sensata a esta regla realizada por economistas de prestigio y muy razonables, lo que produjo un debate que lleva años en boga, tantos que quizá ninguno de los dos habíamos nacido, es que si introdujésemos esta regla de oro, se crearía una distorsión sobre aquello que se considera inversión y aquello que se considera gasto que podría llevar a conductas políticas poco aconsejables. Un ejemplo es el del gobierno que construye muchos más puentes, autopistas o rotondas de los que hacen falta porque se consideran inversión y no gasto y en cambio reduce el gasto sanitario porque este se considera gasto corriente. Sin embargo, quizá la inversión en sanidad también sea importante, porque si tienes una población en buena salud, esta será más productiva y la economía crecerá más a largo plazo, por lo que se trataría de otro tipo de inversión, como lo serían la educación, la universidad, la investigación y todos los campos de desarrollo futuro.
De ahí viene la propuesta, que no es solo mía pues la presenté junto con Kemal Derviş en 2014, de obviar este defecto de fábrica teniendo una definición flexible, entre comillas, de inversión. Así, inversión sería todo aquello que se decide que es útil para el crecimiento futuro. No sería una definición contable, sino una definición económica. Por tanto, si decido que un país cualquiera, por ejemplo, Francia, tiene un problema de indicadores de salud pública de mala calidad, Francia podría gastar más en sanidad, fuera del Pacto de Estabilidad, para mejorar su sistema sanitario público. Una vez que lo he decidido, saco del cómputo, no los gastos para las autopistas, sino los gastos para sanidad. O si Italia tiene un problema con su sistema educativo, saco la inversión en universidades. Y si España tiene otro problema con otra cuestión, se saca fuera. Recapitulando, podría convertirse en un mecanismo para facilitar la inversión que cada país necesita en sectores de futuro, pero no de manera arbitraria, porque si no se convertiría en un abuso, sino de acuerdo con el resto de países, con el Parlamento Europeo y con la Comisión Europea. Cuando colectivamente se decide qué es imprescindible para lograr un crecimiento potencial a largo plazo en cada país, esa necesidad de gasto se consideraría no gasto sino inversión y saldría del cómputo del déficit.
Esto podría dar lugar casi a lo que llamábamos Kemal Derviş y yo en el libro, porque esa parte es casi una traducción literal al italiano del artículo original que escribimos juntos hace unos años, una política industrial. Si se decide que la Unión Europea necesita infraestructuras digitales, es decir, invertir en la digitalización de la economía, para llevar la banda ancha a los pueblos de las montañas griegas, italianas, españolas o francesas, entonces ese gasto sería considerado inversión a los efectos de la regla de oro. Por eso hablamos de regla de oro aumentada, porque tendría una definición de inversión que no sería contable, sino económica.
LME: Francesco, tengo otras mil preguntas, pero se nos ha acabado el tiempo. Ha sido un placer conversar con usted.
Entrevista traducida del italiano por Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

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