No hizo falta el Brexit. En el último Consejo Europeo el esperpento lo protagonizó el rechazo a la apertura de las negociaciones de adhesión a Macedonia del Norte y a Albania. La decisión, que pasó desapercibida en el debate español, supone un gran varapalo para la credibilidad de la Unión como actor geopolítico.
Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ
La UE incumplió su promesa. Había asegurado a Macedonia del Norte y a Albania que, si cumplían con lo que se les pedía, se abrirían las negociaciones para su futura adhesión. El inicio de este proceso no suponía ni mucho menos su entrada inmediata en la Unión, sino el inicio de un largo proceso que duraría años. Sin embargo, la intransigente oposición de Francia, apoyada por Dinamarca y los Países Bajos, lo impidió.
El presidente francés Emmanuel Macron llegó a Bruselas reconociendo los (dolorosos) esfuerzos de Skopje, pero prometiendo bloqueo. No habría justicia para un país que tuvo la valentía de cambiar de nombre en su Constitución tras un acuerdo histórico con Grecia, desencallando un conflicto que duraba décadas, a cambio del inicio de las negociaciones.
Tanto la Comisión Europea como el Parlamento Europeo habían recomendado proceder favorablemente.
El apartado Albania era distinto, mayor escollo por la disconformidad de ciertos líderes con el avance de las reformas en el país. Dinamarca y los Países Bajos propusieron separar las candidaturas que forman parte de un paquete ficticio, pero Alemania, Grecia e Italia se negaron al considerar que ambos países contaban con una realidad demográfica similar.
Al final, los líderes solo lograron posponer la toma de decisiones al mes de mayo de 2020, en la próxima cumbre entre la UE y los Balcanes Occidentales en Zagreb, impulsada por Croacia, país que ostentará la presidencia rotatoria del Consejo de Ministros de la UE durante el primer semestre de 2020 y que ya anticipó que priorizaría el asunto durante su mandato.
UNA UNIÓN QUE NO ESTÁ A LA ALTURA DE SUS PROMESAS
Tanto la Comisión Europea como el Parlamento Europeo habían recomendado proceder favorablemente. Jean-Claude Juncker, presidente saliente de la Comisión, calificó de «grave error histórico» la decisión y se mostró «muy decepcionado», al igual que Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo. Por su parte, el comisario encargado de las negociaciones de adhesión, el austriaco Johannes Hahn, denunció en Twitter que «la UE no ha cumplido sus promesas debido a problemas internos».
En el caso de Macedonia del Norte, se pedía que el país modificara su nombre y lo plasmara en la Constitución.
Como decíamos, los países que expresaban dudas con Albania eran Dinamarca, Países Bajos y Francia, además de España. En cambio, Macedonia del Norte contaba con el beneplácito casi unánime de los Estados miembros. Con la excepción de Francia.
Los partidarios de abrir las negociaciones argumentaban que ambos países habían cumplido con los criterios solicitados por la UE y que la credibilidad de la Unión se habría visto hundida si se menospreciaba el esfuerzo que habían realizado.
En Albania, se trataba, entre otros, de cesar a jueces corruptos. En el caso de Macedonia del Norte, se pedía que el país modificara su nombre y lo plasmara en la Constitución. Una negativa, denunciaban, habría puesto en riesgo el futuro de toda la región de los Balcanes, que habría quedado a merced de Rusia, China, Turquía y los países árabes, que desde hace años invierten tiempo y dinero en influencia política.
Para Polonia, una luz roja suponía empeorar la seguridad y la estabilidad exterior de la Unión a medio plazo. Bulgaria, por su parte, recordó el duro golpe que se estaba asestando a las opiniones públicas de ambos países, favoreciendo un repunte del euroescepticismo en toda la región, Serbia y Bosnia incluidas.
MACRON O CÓMO AISLARSE EN BRUSELAS
Emmanuel Macron ya venía dolido porque el Parlamento Europeo le había rechazado a su candidata a comisaria europea Sylvie Goulard, se rumorea, por un ajuste de cuentas después de que él hubiese dinamitado el proceso de los Spitzenkandidaten en junio, con la imposición a la Eurocámara como próxima presidenta de la Comisión de Ursula von der Leyen, quien no se había presentado a las elecciones, una cruz que la acompañará siempre.
Por supuesto, el presidente francés conoce muy bien los desafíos de la región, pero le urgían otros debates, de naturaleza interna.
Llegaba a Bruselas también tocado porque las reformas que siempre ha querido realizar para cambiar las reglas de juego en la Unión y desbloquear la toma de decisiones no terminan de arrancar. Frente a los países que consideran que Europa solo debe ser una unión económica, monetaria y no fiscal, Macron propone desde su discurso en la Sorbona una Europa más política, más federal, con capacidad para tomar decisiones, contar en el mundo y gestionar su fiscalidad autónomamente. Pero qué ironía del destino supuso constatar que el líder que venía a desarrollar semejante ambición política se convirtió en el principal obstáculo a esos objetivos, al menos momentáneamente.
En la rueda de prensa posterior a la cumbre quedó claro que el asunto no iba sobre si Albania o Macedonia del Norte habían o no hecho los deberes. Aunque Macron subrayó que ningún país estaba preparado, alegó que el principal escollo era que el proceso de adhesión en sí debía reformarse antes y que era necesario reformar primero Europa para acomodar después a nuevos miembros, un argumento legítimo pero ignaro de la realidad política en los Balcanes.
Por supuesto, el presidente francés conoce muy bien los desafíos de la región, pero le urgían otros debates, de naturaleza interna, de la République. Su opinión pública, vaya. Aunque en España este asunto pasa más bien desapercibido, en algunos Estados el asunto de la ampliación de la UE es sensible y los líderes europeos miran con recelo las reacciones de sus ciudadanos. Esto es especialmente cierto en los países más ricos de la Europa occidental, además de por los flujos migratorios —la imagen del eterno migrante comunitario que roba el trabajo—, por cuestiones de fondo como el déficit democrático en Polonia y Hungría, los problemas de corrupción institucional de Rumanía y Bulgaria y la sensación cada vez más contundente de que los países de Europa del Este no comparten un mismo código de libertades individuales y «valores europeos», sea esto verdad o no, que muchas veces importa poco.
Así ocurre en Francia: no hay día en que uno ponga la radio y no se hable de inmigración, del velo musulmán o de integración. Por ello, en un país especialmente atento al debate europeo, donde los ciudadanos recelan de la Unión por considerarla incapaz de reformarse, las posiciones de Emmanuel Macron en Bruselas cobran especial relevancia. Así, el presidente, atado de manos, no podía sino mostrarse reticente como forma de forzar a la UE a reformar sus métodos y, sobre todo, como forma de evitar regalar a una extrema derecha francesa envalentonada y al alza un argumento nuevo en su contra. La credibilidad de la UE y los esfuerzos del gobierno de Skopje por salvar su proceso de democratización pasaban así a un segundo plano.
Mientras la UE se muestra dubitativa y dividida en los Balcanes, otras potencias aprovechan para multiplicar su influencia.
Más aún, el de la adhesión es un viejo debate en Francia. Ya en tiempos de Sarkozy la opinión pública no parecía especialmente favorable a que la UE se ampliara hacia el este. Basta nombrar el asunto en París para comprender que se trata de un tema delicado, entre otros motivos porque esto confiere beneficios desproporcionados a Alemania, alterando así el equilibrio de poder entre París y Berlín y debilitando la cohesión de la UE en su conjunto.
¿QUÉ HAY DETRÁS DEL INICIO DE LAS NEGOCIACIONES?
Venimos de lejos. Durante años, cuando Macedonia del Norte se llamaba Macedonia, su entrada en la UE era impensable. Grecia se pasó décadas bloqueando todo intento con la excusa de que su nombre era portador de reivindicaciones injustificadas sobre el territorio y el patrimonio cultural griegos. El ambiente solo cambió cuando en 2017 llegó al poder Zoran Zaev, un político socialista que priorizó la negociación con la Grecia de Alexis Tsipras para la resolución definitiva del conflicto. Lo hicieron con responsabilidad, a pesar de que sus opiniones públicas no estaban convencidas y de que la oposición política de los partidos conservadores fue feroz. En Grecia, el acuerdo a Alexis Tsipras le costó el gobierno. En Macedonia del Norte, la reforma pasó solo porque se prometió avanzar en la senda europea.
Los Balcanes Occidentales siempre han sido un territorio cotizado. Mientras la UE se muestra dubitativa y dividida en los Balcanes, otras potencias aprovechan para multiplicar su influencia. La región, por ejemplo, es una pieza clave en la estrategia china de desarrollo comercial, con millones de euros invertidos en proyectos a lo largo y ancho de un territorio al que le urge la financiación. Asimismo, por nombrar solo una, no es un secreto que Rusia y Serbia mantienen una fructuosa cooperación militar y económica. De hecho, su influencia comienza a echar raíces gracias a una opinión pública que, sintiéndose dolida por la estrategia europea con Kosovo, encuentra cobijo en la retórica rusa de glorias pasadas.
Predecir qué ocurrirá no es nada sencillo, pero se puede sospechar. Por lo pronto, el primer ministro de Macedonia del Norte, Zoran Zaev, ha convocado inmediatamente elecciones anticipadas.
Los países del Golfo Pérsico, además, han sido acogidos con gran hospitalidad por los gobiernos de la región, necesitados de infraestructuras nuevas para relanzar el crecimiento económico. No es por ello una sorpresa si las mezquitas y algunos organismos de beneficencia saudí florecen desde hace años, algunos de los cuales conformarían una de las principales causas del manifiesto aumento del salafismo en la última década, sobre todo en Kosovo y en Bosnia.
La importancia estratégica de la región es, por tanto, indiscutible y su estabilidad, una prioridad para la UE. O al menos debería serlo, razón por la que la Unión intenta combatir el creciente peso de estas potencias con la promesa de adhesión, incumplida en esta ocasión. Este tipo de gestos, tan descarnados, suelen dejar un regusto de insatisfacción que alimenta las retóricas euroescépticas y dejan un vacío emocional en las opiniones públicas de la zona.
¿QUÉ SUCEDERÁ AHORA?
«Permítanme ser muy claro: Macedonia del Norte y Albania no tienen la culpa de esto», aclaró el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, «por favor, no se rindan. Entiendo su frustración porque ustedes hicieron su parte y nosotros no». Del mismo modo, Ursula von der Leyen aclaró que para ella era «muy importante» que recibiesen «una señal positiva de nuestra parte», algo que no llegó.
Predecir qué ocurrirá no es nada sencillo, pero se puede sospechar. Por lo pronto, el primer ministro de Macedonia del Norte, Zoran Zaev, convocó inmediatamente elecciones anticipadas para «cuanto antes», insistiendo en que era el momento de dar la voz a los votantes sobre el rumbo que había de tomar el país. Él mismo había logrado convencer a una opinión pública reacia. Una decisión difícil, decía, que habría tenido recompensa. Ahora, con el fracaso, le será difícil encontrar argumentos a favor. «Hemos cumplido un gran sueño al convertirnos en miembros de la OTAN y lograremos traer los valores europeos a este país cuando la UE esté lista», defendió.
Ahora mismo, lo único que se puede afirmar es que, en términos geopolíticos, Europa se ha equivocado. El mensaje lanzado no invita al optimismo.
Por su parte, el primer ministro albanés, Edi Rama, intentó contrarrestar las críticas sobre la esperada decisión del Consejo Europeo alegando que había sido el resultado de los desacuerdos internos de la UE, sin relación con el progreso logrado por el país. El Ministro de Asuntos Exteriores fue más lejos al advertir sobre un impulso de sus «rivales estratégicos» en los Balcanes occidentales.
Con este fracaso, otros escenarios son posibles. Al fin y al cabo, Albania no tiene razones para no perseguir su objetivo alternativo de unificación nacional. Tampoco Serbia, que en algún momento se verá incentivada a anexionar el enclave serbio del norte de Kosovo para impedir que se incorpore a un gran Estado nacional albanés. Esto, a su vez, podría crear una oportunidad generacional para que los serbios de Bosnia intenten independizarse, ofreciendo su territorio a Serbia como compensación por la pérdida de Kosovo. Una Albania unida podría crear una nueva oportunidad geopolítica para los albaneses de Macedonia del Norte, que querrán unir su territorio a este nuevo Estado. Sería la vuelta de los nacionalismos étnicos, al ensueño de los Estados puros.
Quizá nunca se produzcan estos acontecimientos, pero depende en gran parte de la UE. Ahora mismo, lo único que se puede afirmar es que, en términos geopolíticos, Europa se ha equivocado. El mensaje lanzado no invita al optimismo. Emmanuel Macron debería repensar su estrategia en Bruselas si no quiere caer en la irrelevancia.
Este artículo fue publicado en inglés en Europa United el 4 de noviembre de 2019. Traducido al inglés por el autor.