Lo que ha ocurrido en Italia es un terremoto político, pero los resultados de las últimas elecciones esconden una realidad sociológica mucho más rica y tolerante de lo que podría parecer. Este artículo tiene un doble objetivo: por un lado, descifrar brevemente el voto sociológico de las últimas elecciones italianas y, por otro, rebajar el sobresalto generalizado tras los resultados. Todo esto sin quitar un ápice de importancia a la imprudencia de una parte de los electores italianos.
Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ
Los periódicos de todo signo han anunciado la debacle: El populismo sacudió las urnas, ¿Por qué Italia asusta más que España?, ¿La hora del populismo?, Europa se queda muda ante el ascenso de Salvini. Parece el fin del mundo. Si bien es cierto que una coalición de la antigua Liga del Norte (ahora Liga) y del Movimiento 5 Estrellas, posible pues los números son favorables y las declaraciones parecen ir en esa línea, resultaría mortífera para los valores del país pues ambos partidos son abiertamente xenófobos y racistas, hay razones para mantener la esperanza. Italia todavía no es un país mayoritariamente xenófobo desde un punto de vista sociológico.
LOS DATOS
Echemos primero un vistazo a los datos. A la derecha del tablero político, los partidos más votados fueron la fascista Liga, con un 17,4% del voto; la Forza Italia del condenado Silvio Berlusconi, con un 14%; Fratelli d’Italia, con un 4,3%; y Noi con l’Italia, con un 1,3%. Casapound, un partido de corte nazi que se esperaba muy popular, obtuvo un exiguo 0,95%.
A la izquierda del tablero, el xenófobo Movimiento 5 Estrellas (M5S, por sus siglas en italiano) ganó las elecciones con un 32,7% del voto. El saliente Partido Democrático, de corte socialdemócrata, recogió solo un 18,7%, quedando relegado a la segunda plaza. Otros partidos de izquierdas como Libres y Iguales, comandado por Pietro Grasso, un antiguo juez antimafia, o +Europa de Emma Bonino, de la prestigiosa ex ministra de Asuntos Exteriores y adalid en el pasado del derecho a un aborto con garantías, obtuvieron respectivamente un 3,4% y un 2,5%.
Visto desde una perspectiva italiana, lo que ocurrió el pasado 4 de marzo no fue sino el signo final de un hartazgo madurado.
El partido vencedor fue pues el inexperto Movimiento 5 Estrellas, si no fuera porque la Liga, Forza Italia y Fratelli d’Italia se coaligaron para concurrir juntos a las elecciones, obteniendo en conjunto un 37% del voto expresado en las urnas. Si se dice que la coalición de derechas es la vencedora de las elecciones es por este potaje electoral. Ahora bien, desde el punto de vista programático, esos tres partidos no tienen prácticamente nada en común. Solo se unieron para ser la primera fuerza política y forzar la elección de uno de sus líderes, aunque ninguno fuera primera fuerza real, lo que es a todas luces un fraude democrático.
ALIANZAS POSELECTORALES
En esta estafa está el problema. De ese 37% el partido más votado fue la Liga. Su líder, Matteo Salvini, es por tanto el que se supone que sería el favorito para recibir el encargo de formar gobierno de parte del presidente de la República, Sergio Mattarella. El líder del tercer partido más votado se convertiría, así, en presidente del gobierno si lograra los apoyos necesarios. Si en cambio el jefe del Estado no aceptara dicho fraude, el encargo debería corresponder a Luigi di Maio, actual líder del Movimiento 5 Estrellas, primer partido de Italia desde el 4 de marzo.
Sea como fuera, lo cierto es que tanto la Liga como el Movimiento 5 Estrellas son considerados partidos «populistas» por la prensa internacional, de ahí el grito de alarma. Bruselas y otros centros de poder defendieron en público durante la campaña electoral una gran coalición entre la derecha de Silvio Berlusconi y el centro-izquierda del Partido Democrático de Matteo Renzi. Sin embargo, a pesar de la presión mediática, los italianos decidieron que de eso nada, con lo que la alianza del statu quo quedó invalidada el 4 de marzo al concederles números insuficientes para unirse.
Una parte minoritaria de la población italiana se ha vuelto racista, xenófoba y, en menor medida, fascista. La causa está sin duda en la penuria económica a la que está sometida parte de la población en situación ya desesperada.
Quedarían pues otras tres opciones, pero una no cuenta: el Partido Democrático podría unirse a la gran coalición de derechas formada por la Liga, Forza Italia y Fratelli d’Italia, pero ni siquiera es una verdadera posibilidad ya que aliar al centro-izquierda con la derecha del bunga bunga y con la extrema derecha es sencillamente un suicidio político. Descartada esta opción, ergo, quedan dos. O una alianza entre la extrema derecha de la Liga y el partido de izquierdas del Movimiento 5 Estrellas, una coalición antisistema y rompedora; o una alianza de izquierdas entre el derrotado Partido Democrático y el Movimiento 5 Estrellas.
La segunda opción podría ser relativamente satisfactoria desde un punto de vista de las políticas. El Movimiento 5 Estrellas se vería obligado a renunciar a sus intolerables posturas extremas antiinmigración y forzaría al Partido Democrático a aplicar una política económica de corte keynesiano, más centrado en relanzar la economía que en cuadrar las cuentas a corto plazo. Digamos que Italia se volvería un problema para los defensores de la intransigencia austera, pero daría esperanza a todos los que, siendo europeístas, rechazan esa línea económica impuesta por los países del norte de Europa, con Alemania y Países Bajos a la cabeza. Llevado con inteligencia, sería un remedio a la portuguesa, con dos salvedades: en Portugal el equivalente del Partido Democrático había sido primera fuerza de la izquierda, mientras que en este caso es al revés; y además los partidos que se coaligaron con el Partido Socialista portugués no eran xenófobos.
Por su lado, la opción de los extremos, la de una coalición entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, parecería más probable. Sin embargo, esta sí sería una alianza política y democráticamente nefasta, por la intolerancia y el desprecio que ambas formaciones han mostrado, especialmente repugnantes en el caso de la Liga, con los inmigrantes. Ahora bien, lo único que une a estos dos partidos es la priorización nacional a los italianos para el disfrute de políticas públicas –una forma de neofascismo new age, que ya vimos con Marine Le Pen– y, en consecuencia, el rechazo a la inmigración. Otras cuestiones, como el repudio de Europa, tiene matices: simplificando mucho, podríamos aducir que la Liga ve Europa como la causa de todos los males y la considera el enemigo a abatir, mientras que los del M5S ven en esta Europa el obstáculo para la prosperidad, pero no en la idea de Europa en sí. En este sentido, no serían stricto sensu antieuropeos.
Cierto es que algunos analistas han encontrado otras similitudes programáticas entre ambos partidos, como su voluntad compartida de derogar la actual reforma educativa puesta en marcha por el anterior gobierno o su interés por aumentar el número de efectivos en el ejército, pero quizá estas medidas no sean, con suerte, suficientes como para conformar un gobierno duradero. Veremos.
¿RAZONES PARA LA ESPERANZA?
Resulta innegable que una parte de la población italiana se ha vuelto racista, xenófoba y, en menor medida, abiertamente fascista. La causa está sin duda en la penuria económica a la que está sometida parte de la población en situación ya desesperada. Si bien la existencia de estas actitudes incluso en pequeñas dosis resulta intolerable y es alarmante para cualquier sociedad que se quiera democrática, conviene acotar el impacto del virus.
Italia es un país cuyo ADN es antifascista, inserido en su Constitución. Si nos quedáramos con los datos secos, podríamos decir que aproximadamente un 24% (la Liga, más Fratelli d’Italia, Noi con l’Italia y Casapound) de la población se ha vuelto fascista. Si a este porcentaje incluimos el 32,7% del voto al Movimiento 5 Estrellas y supusiéramos que sus electores son sencillamente racistas, sí podríamos concluir que el 57% de la población se ha vuelto resueltamente intolerante. Por supuesto, esto no refleja en absoluto la realidad sociológica del país.
Los electores cansados de las políticas de Matteo Renzi que no veían en Silvio Berlusconi, el señor del bunga bunga y de los vínculos con la mafia, una alternativa, se han decidido por votar al Movimiento 5 Estrellas o a la Liga pues ambos representaban una alternativa.
Si bien hay un tipo de voto que es condenable, es decir, el de las papeletas para Fratelli d’Italia, Noi con l’Italia y Casapound, que sí son abiertamente xenófobas y fascistas, el resultado de la ex Liga del Norte, ahora Liga (17,4%), responde a un perfil mucho más complejo.
Si observamos el mapa por regiones, saltan a la vista dos colores: el azul del potaje de derechas en todo el norte y centro-norte del país, con la excepción de la Toscana y del Trentino Alto Adige, donde ganó el Partido Democrático; y el amarillo del Movimiento 5 Estrellas en todo el sur y centro-sur del país. Tanto este último partido como la Liga, mayoritaria en algunas regiones del norte como en el Véneto, donde arrasó, parecen capitalizar un electorado que protesta por la situación actualmente insostenible que sufre el país a nivel económico. Dicho de otro modo, los electores cansados de las políticas de Matteo Renzi que no veían en Silvio Berlusconi, el señor del bunga bunga y de los vínculos con la mafia, una alternativa, se han decidido por votar a estos dos partidos pues ambos representaban una alternativa en las políticas económicas o, al menos, parecían impolutos y distintos porque nunca han gobernado (por sí solos) la nación.
Si en el norte ha habido una preferencia por la Liga es debido al hecho de que este partido ya gobierna en muchos ayuntamientos de la zona, con un relativo índice de satisfacción por parte de sus electores. Simplificando mucho, podríamos decir que el elector norteño harto de las políticas actuales votó casi por defecto a la ex Liga del Norte ya que, en general, percibe que la gestión que esta está realizando es buena. Ese elector obvia la retórica claramente xenófoba del partido. En realidad no existen todavía estudios que cuantifiquen el número de votantes que formarían parte de esta categoría, pero sí parecen ser muchos los testimonios que afirman haber elegido al partido de Matteo Salvini por esta razón.
Por su parte, el voto mayoritario al Movimiento 5 Estrellas en el sur responde a esta misma lógica: hartazgo generalizado, pérdida de confianza en la línea política de los partidos tradicionales y voto a la alternativa menos peligrosa. El hecho de que sea precisamente entre los jóvenes donde se registre un mayor apoyo a este partido (así como a la Liga en el norte del país) refuerza esta idea de deseo de cambio político, de alternativa, independientemente de la retórica a favor o en contra de la inmigración o de la evidente incapacidad e inexperiencia política de sus líderes. Prima el hartazgo contra la clase política.
Asimismo, resulta bastante evidente que el escaso apoyo que en la izquierda ha cosechado el partido Libres e Iguales, favorito entre los italianos progresistas de mayor nivel educativo, se debe a una estrategia de voto útil: por un lado, aquellos que en el centro-izquierda deseaban evitar que llegara al poder un partido rupturista han tenido que votar por el Partido Democrático; por el contrario, aquellos que deseaban en la izquierda frenar las políticas actuales liberales se han decantado por el Movimiento 5 Estrellas.
Visto desde una perspectiva italiana, lo que ocurrió el pasado 4 de marzo no fue sino el signo final de un hartazgo madurado. Los italianos con razón están cansados de las políticas económicas que impiden que torne el crecimiento, del bloqueo político, de que todos los políticos sean o parezcan iguales, de la corrupción, de los altos impuestos, de que ningún Estado europeo arrime el hombre para ayudarlos a gestionar la cuestión migratoria y, más en general, de que nada cambie. Italia no es racista, Italia está harta. Y no solo Italia: el sentimiento comienza a ser compartido en un número creciente de países europeos.
Con todo, no queremos dejar de subrayar la imprudencia de votar por partidos que, sin declararse fascistas o xenófobos, se apropian de una retórica del estilo. Por mucho que las cosas se tuerzan, dar apoyo electoral a fuerzas de esa naturaleza es echar gasolina a una casa en llamas. Lo que Italia y otros países europeos necesitan es calma, solidaridad, fraternidad, alta política y mucha altura de miras para superar los innumerables problemas que afronta el país. Ni los inmigrantes son la causa de los males que sufre el país ni los totalitarismos new age son la solución. La falta de democracia se combate siempre con más democracia.
En cualquier caso, pase lo que pase en las próximas semanas, tomemos todos nota. Italia va a dar que hablar. Esperemos para bien.