Los problemas dentro y fuera de Europa continúan acumulándose mientras nuestros dirigentes caminan ciegos hacia el borde del precipicio. Puesto que nuestros políticos se obstinan en no aportar soluciones al Brexit, a la cuestión migratoria o a la mejora de la unión monetaria, ¿no habría llegado el momento de encerrarlos en una sala hasta que alcanzasen un acuerdo? LA MIRADA EUROPEA tiene el lujo de presentar el análisis de Jorge Valero, periodista económico en EURACTIV y corresponsal en Bruselas para elEconomista.es.
Jorge VALERO
Las últimas dos cumbres europeas de la UE han sido claros ejemplos de lo disfuncional que se ha vuelto la gran maquinaria bruselense.
En junio los líderes pospusieron una vez más hasta diciembre un acuerdo para impulsar la eurozona. Durante la cumbre de la semana pasada el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, imploró a los líderes que apretaran el acelerador porque el progreso era aún escaso incluso habiendo reducido el grado de ambición política.
En materia migratoria los resultados también han sido exiguos. Las capitales europeas están encontrando problemas para poner en marcha la propuesta presentada en junio para detener el número de llegadas, que incluía plataformas de desembarco en terceros países. La extravagante solución se produjo como resultado del fracaso de los gobiernos nacionales en la renovación del marco europeo de política migratoria (el principio de Dublín), lo que habría permitido un reparto de la responsabilidad en toda la Unión.
Los jefes de Estado y de gobierno de la UE fueron acusados de «negligencia en el cumplimiento de su deber».
El año pasado, Tusk pensó que, poniendo sobre la mesa de nuestros políticos algunos de los puntos más arduos de superar, el Consejo Europeo habría podido dar un nuevo impulso y romper el estancamiento político. En su lugar, los jefes de Estado y de gobierno de la UE fueron acusados de «negligencia en el cumplimiento del deber» mientras sus países seguían «avanzando como zombis hacia una nueva catástrofe financiera», tal y como lo expresó el jefe de las filas liberales, Guy Verhofstadt.
Por su parte, durante una sesión plenaria en el Parlamento Europeo, el ex primer ministro belga sugirió que se encerrara en una misma sala con llave a los líderes europeos «sin ropa nueva ni cambio de ropa interior» hasta que encontrasen soluciones. El líder de los verdes, Philip Lamberts, llegó incluso a proponer en privado que se les dejara pasar hambre, aunque muchos periodistas seguramente no estarían de acuerdo, dado lo popular que se ha vuelto el menú de los líderes durante las tardías cumbres nocturnas en las que no ocurre nada.
Tratar de infundir un cierto sentido de urgencia para reformar la eurozona en tiempos de vacas gordas puede resultar muy difícil.
Nostálgico de los buenos tiempos, Verhofstadt recordaba cómo Juncker y él pasaron «cuatro días y cuatro noches hasta las cuatro de la mañana» en Niza hasta que los líderes llegaron a un acuerdo para modernizar las instituciones europeas. Aún así, los ministros y jefes de Estado y de Gobierno ya demostraron que no existen límites en lo que a vuelos o a reuniones se refiere cuando lo que está en juego es todo, como por ejemplo durante la crisis griega que casi hizo estallar la eurozona durante el verano de 2015.
Ahora bien, tratar de infundir un cierto sentido de urgencia para reformar la eurozona en tiempos de vacas gordas puede resultar tan difícil como avisar de las consecuencias del cambio climático mientras nos ponemos bufanda y guantes. De hecho, en la cuestión migratoria la presión solo se hizo notar cuando la corona de Merkel comenzó a tambalearse, aunque luego sobreviviese para luchar un día más.
Los problemas a corto plazo son solo los síntomas de retos mayores a largo plazo.
No, el problema no radica en la metodología, sino en los propios líderes o, al menos, en su voluntad para abordar los principales problemas de Europa. Los desafíos que la UE tiene por delante son harto conocidos, pero solo las agendas nacionales, los problemas de última hora y las crisis inesperadas quitan el sueño a nuestros políticos, especialmente en tiempos de precalentamiento electoral.
Un buen líder sumaría dos más dos y vería que los problemas a corto plazo son solo los síntomas de retos mayores a largo plazo. Esto es así en temas tan dispares como la unión monetaria, el desempleo o los flujos migratorios «bíblicos» procedentes de África. Como puntualizó Verhofstadt, todavía no quedan cinco minutos para las doce, pero Europa se acerca a la medianoche. Tal vez haya llegado el momento por tanto de cerrar las puertas. Con ellos dentro.
Traducción de Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ
Este artículo fue publicado en inglés en EURACTIV el 24 de octubre de 2018. El autor ha dado su consentimiento expreso para publicarlo en español en LA MIRADA EUROPEA.
Jorge VALERO realizó estudios de periodismo y de ciencias políticas en la Universidad de Navarra y en la UNED y formó parte del Global Competitiveness Leadership Program de la Universidad de Georgetown. Actualmente es jefe de la sección económica de EURACTIV y trabaja como corresponsal en Bruselas para elEconomista.es y otros medios nacionales. Síguelo en Twitter: @europressos.