En forma de documento epistolar, Julio Guinea Bonillo, profesor de historia y de Unión Europea en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, comparte con nosotros sus reflexiones sobre el mundo que está por llegar tras la crisis desatada por el coronavirus.
Julio GUINEA BONILLO
Carta a mis estudiantes:
«Contempla de continuo que todo nace por transformación, y habitúate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del Universo como cambiar las cosas existentes». Marco Aurelio
Estimado estudiante, ¿qué tal estás? Hace unos días que escribí a un amigo haciéndole esa misma pregunta y contándole cómo me iban las cosas por el pueblo. Le explicaba que, cuando se suspendieron las clases y poco antes de la aprobación del Decreto del Estado de Alarma, me marché al pueblo, a un «hermoso país al que la gente no le da la gana ir», como describía Camilo José Cela a la Alcarria, y hasta su mismo corazón me vine, Alcocer, en el centro del antiguo señorío de la Hoya del Infantado, el pueblo de mis padres donde me encuentro empadronado y desde el que he seguido, en el confinamiento decretado, mis labores de docencia e investigación en la Universidad para la que trabajo.
Abandoné el piso en las afueras de Madrid y me instalé rápidamente para iniciar este encierro en medio de una comarca que en plena primavera se convierte en una verdadera ventana a la naturaleza y al pasado; no solo, tristemente, por lo alarmante de su despoblación, sino, alegremente, por su cercanía al medio natural y a los vestigios que en ella se encuentran, herencia de los cercanos siglos y del curso de los azarosos avatares históricos.
Es en este lugar, tan cerca de la gran capital de España, pero a la vez tan lejos, desde donde he seguido con detalle los avances de la enfermedad y cómo una retórica belicista se instalaba en las declaraciones políticas y en el quehacer cotidiano de la población. El miedo, como capa de ceniza en cuaresma, se posaba sobre toda la economía recordando lo polvorienta y lo fácilmente descomponible que es. El virus se convertía en el enemigo a batir y la población, transformada todos en reclutas, nos veíamos envueltos en una desigual batalla. Los hay que han caído, y lloramos por ello, otros muchos hemos restringido la suprema libertad, y cesado en nuestro caminar diario, autoimponiéndonos una pautas de comportamiento medievales, que bien las calificaría el gran Georges Duby de eremíticas.
Hoy hemos dejado de ser meros lectores de la historia, para convertirnos en caminantes del sendero del acontecer, que cambiará la vida de generaciones enteras.
Entre las labores diarias y las lecturas de estos días, me he permitido la licencia de volver la vista a los siglos XIV y XV, «recuerde el alma dormida», huida del mundanal ruido, el pensar y reflexionar sobre el mundo de entonces, el de ahora y el que nos tocará vivir. Atisbo un futuro con menos bullicio, una globalización al ralentí, que derivará en un menor contacto social al que solemos estar acostumbrados, posiblemente mayor desconfianza, lo que Emilio Ontiveros asume como un escenario de incertidumbre y, en consecuencia, antropológicamente el ser humano no va a ser el mismo. Esta pandemia ha llegado a comienzos del s. XXI, para ensalzar la enorme soledad que encierra a cada ser humano. Recuerdo a García Márquez cuando decía que el hombre humanizó en la soledad… «El prolongado cautiverio, la incertidumbre del mundo, el hábito de obedecer, habían recordado en su corazón las semillas de la rebeldía».
En este contexto aún queda espacio para más sinsabores, pues incluso está crujiendo hasta el mismísimo pilar sobre el que se asienta nuestro consumo energético: el mercado del petróleo. Su caída tan drástica solo puede producir una enorme preocupación y perturbación al mismo tiempo, pues vaticina un trascendental estrago económico.
¿Qué realidad nacerá con una crisis semejante como la que estamos siendo testigos? Hoy hemos dejado de ser meros lectores de la historia, para convertirnos en caminantes del sendero del acontecer, que cambiará la vida de generaciones enteras.
La búsqueda de culpables llegará a lo más alto, apuntándose y cuestionándose si la Unión Europea o la ONU actuaron a tiempo, si la miríada de organismos internacionales son útiles.
Pienso que ahora deberíamos poner en valor la educación y la enseñanza de las asignaturas humanísticas que se impartían en el pasado, pero que con el paso del tiempo se han dejado de lado. Hoy se volverán más necesarias que nunca y facilitarán ese aprendizaje tan valioso en una realidad mutante y frágil, en un tiempo que con Bauman hemos considerado tan inútil como líquido.
Cuando sucede que los tiempos resultan extremadamente complejos y no cabe asirse a instituciones, que otrora asombraban por su solidez, la sociedad llegará a replantearse absolutamente todo. Entiendo que en estos momentos puede haber un nivel bajo de apego a nuestras instituciones, ya sea porque evidencian una serie de carencias, en respuesta a los retos globales que hemos constatado o bien porque los más jóvenes de esta sociedad en la que vivimos no aprecian el valor de las mismas, cuando se asientan sobre dinámicas históricas no bien conocidas, ni divulgadas en las etapas primarias de la educación.
En cualquier caso, una crisis como la actual parece erosionar el sustrato mismo sobre el que nos asentamos como civilización occidental, tal y como afirma el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea.
La búsqueda de culpables llegará a lo más alto, apuntándose y cuestionándose si la Unión Europea o la ONU actuaron a tiempo, si la miríada de organismos internacionales son útiles y, por ende, sus trabajadores… terminarán pagando justos por pecadores y, en primer lugar, los que más van a perder son los que naufragan en medio de la precariedad, a los que el sistema dejará de lado una vez más, si es que ya no los ha dejado, en particular a los jóvenes, que están siendo golpeados doblemente, si no se remedia esta situación.
Va a ser el tiempo de las grandes transformaciones, habremos de prepararnos para coadyuvar a sentar las bases de un orden internacional nuevo, más edificante, basado en el pleno respeto a la sostenibilidad, el derecho internacional y, en especial, el cumplimiento escrupuloso con los Derechos Humanos. Sin embargo, la consecución de objetivos tan loables, no va a estar ausente de grandes dificultades, pues a la vista está la generalizada mediocridad de los estadistas internacionales. Líderes de la talla de Trump o Bolsonaro ganan las elecciones embotando los sentidos de las masas, con verdades adulteradas, consignas fáciles y pegadizas, poco edificantes, a la par que escasamente prácticas. Son el paradigma de aquellos que no apuestan por el multilateralismo eficaz, que tanto reclaman expertos en Relaciones Internacionales como Javier Solana.
En medio de este confinamiento, cuando todos tenemos tiempo para reflexionar, para hacer bizcochos, para entrever las tendencias sociales que bullen estos días en el entorno digital e investigar, asumo que la humanidad ha cruzado una nueva frontera. Los gestos altruistas que se manifestaban en favor de terceros posiblemente se volverán extraños y abiertamente criticados por ciertos sectores de la sociedad. Me da pena que antes de ayudar a los demás, algunos prefieran ayudar a su propio colectivo. Temo la explosión de las identidades nacionales. No percibo que de esta crisis la humanidad pueda verse más como un todo, sino que se agudizará la tendencia al fraccionamiento en compartimentos estancos estatales, sobre los que cada uno, cada gobierno, deberá responder por separado. Un realismo internacional que posiblemente se impondrá de una manera más lacerante y tensionará sin duda las estructuras de la propia globalización, para poder incluso retornarnos a épocas más oscuras, que intelectuales como Stefan Zweig les tocó vivir en un mundo de ayer, no tan lejano de la actualidad del nuestro.
Solo he querido compartir algunos pensamientos que bullen en mi mente, mientras avanzo entre clases, lecturas, corrección de ejercicios, la atención y tutorización de los alumnos, lecturas de Trabajos Fin de Grado y adaptación de Guías Docentes mientras la normalidad, se nos escapa de las manos, como el agua en un cesto de mimbre. ¿Qué era la realidad, sino señales eléctricas interpretadas por nuestro cerebro?
Yo soy y sigo siendo europeísta. Este virus no es nuestro, pero es producto de la globalización, y lo europeos no tendremos nada mejor que la Unión Europea para vencerlos, este y cuantos vengan
Pues bien, digamos que esa realidad ya no volverá. No nos engañemos, no esperemos frente al televisor la buena nueva o, expresado con la retórica actual, el de la nueva normalidad. De momento no hay rastro que muestre la cercanía de una vacuna que nos permita volver a nuestra vida anterior, y hasta que llegue, la vida no será igual, las aulas ya no serán aquellas aulas, ni los estudiantes, ni las bibliotecas, ni los despachos, ni las redacciones de los periódicos. Nos harán guardar distancias que ya no podremos eliminar. De momento empezamos a sospechar que la nueva realidad acarreará toneladas de mascarillas, de objetos de usar y tirar y de metros de espacio para evitar el contacto humano. Un contexto que se nos antoja irreal, y hasta distópico en el mundo contemporáneo que ahora agoniza.
Quiero aprovechar esta carta, para mandarte un afectuoso saludo y transmitirte un mensaje esperanzador. Espero de corazón que estés bien, aunque hayas sufrido como dolor propio las noches en vela de los médicos y doctores, de las enfermeras y de los conductores de ambulancia, que se han dejado la piel para que hoy empecemos a ver la luz entre tanta tiniebla intangible vírica. Pero no olvides que solo en Unión y solidaridad con los demás se podrá responder a los retos que la realidad nos presentará en el futuro.
El cambio comienza cuando uno se convierte en un actor constructivo del movimiento de trasformación.
Vendrán más peligros, es posible que con más virulencia. Yo soy y sigo siendo europeísta. Este virus no es nuestro, pero es producto de la globalización, y lo europeos no tendremos nada mejor que la Unión Europea para vencerlos, este y cuantos vengan. No obstante, es menester hacer esta Unión Europea más sólida y firme, atribuirle mayores competencias y recursos, para actuar en común con eficiencia y alcanzar superiores cotas de seguridad, de la que precisamente hemos carecido, ante la escasa definición de políticas comunitarias tan esenciales como la sanitaria.
Hay mucho por lo que luchar y, desde luego, mi batalla seguirá siendo la de trabajar por la formación de las futuras generaciones. Mientras apuesto por un Continente más solidario, unido y cohesionado que logre hacer frente a lo que la vida nos ponga por delante, sobre la base de instituciones capaces de reaccionar a tiempo, cuando las circunstancias lo precisen. El cambio comienza cuando uno se convierte en un actor constructivo del movimiento de trasformación, que en estos tiempos es el mismo motor que conduce nuestra vida.
Julio GUINEA BONILLO es profesor historia y de Unión Europea en la Universidad Rey Juan Carlos y profesor de Derecho Internacional Público en la Universidad Europea de Madrid. Síguelo en Twitter: @JulioGuinea.
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