Los planes de Mario Draghi para la economía europea

Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, en Fráncfort. / Alex Domanski / REUTERS

El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció a principios de marzo de 2016 la puesta en marcha de un nuevo programa de medidas para favorecer la inversión privada y el crecimiento en toda la Unión Europea. Analizamos en qué consiste y cuáles son los límites de su programa.

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

Corría el mes de marzo de 2015 cuando Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), aprobaba y anunciaba un paquete de medidas monetarias conocido como de expansión cuantitativa (quantitative easing o QE, en inglés). Por entonces la adolecida economía europea se estaba ahogando, al borde de estancarse largo tiempo debido a la ausencia de crecimiento. Ahora, a un año desde su puesta en marcha, el BCE se ha vuelto a decidir por una segunda tanda de estímulos a la economía. La maniobra no es especialmente innovadora; se trata más bien de reforzar lo que ya existía, aunque es posible apreciar algunas novedades.

El nuevo impulso para favorecer la recuperación de la actividad económica o, dicho de otro modo, para incentivar a los inversores privados a que vengan al viejo continente, se compone de varios elementos clave: compra de nueva deuda pública, nuevas y mayores penalizaciones al dinero ocioso que los bancos guardan bajo el paraguas protector del BCE, más subastas de liquidez y más recortes de los tipos de interés. Draghi también ha considerado oportuno aumentar en 20.000 millones la compra mensual de activos.

El BCE subvencionará directamente los préstamos bancarios en un intento de relanzar la economía.

Es la primera vez que el BCE acepta comprar a su vez deuda privada de las empresas y aumentan los límites fijados (del 33% al 50%) para que el ente pueda comprar la deuda de instituciones internacionales o supranacionales, como es el caso del Banco Europeo de Inversiones.

Otra novedad es que el BCE subvencionará directamente los préstamos bancarios en un intento de relanzar la economía. Un nuevo mecanismo, el TLTRO II, se añade a la lógica de tipo interbancario negativo que ya existía y permitirá que los bancos puedan compensar los efectos de los tipos negativos sobre su rentabilidad incitándolos a prestar con recompensa.

Podríamos aducir, en términos generales, que Mario Draghi aspira con oficiosidad a que los agentes económicos, sociales y financieros recuperen la confianza en la economía europea por medio de un paquete, como es este, coherente y completo. Precisamente porque su intención última es construir una cierta idea de estabilidad que facilite la inversión, ha afirmado que los tipos deberían permanecer al nivel actual incluso tras el fin del programa. Cuidadoso habrá de ser, no obstante, si pretende evitar una espiral deflacionista de efectos perniciosos, ya que él mismo ha reconocido que no podrá evitar una disminución del nivel de precios en los próximos meses (léase el artículo Crecimiento, inflación, déficit: cómo está hoy la economía europea).

LA EXPANSIÓN CUANTITATIVA EN POCAS PALABRAS

Nadie sabe traducir el concepto, nadie sabe lo que significa, y sin embargo ese plan de apoyo a la unión monetaria ha sido una de las decisiones más trascendentes que ha tomado el BCE desde el inicio de la crisis. Con una puesta en marcha en marzo de 2015 y una validez de un año y medio hasta septiembre de 2016 (prorrogable si fuese necesario), la expansión cuantitativa tenía y tiene por objeto fomentar un círculo virtuoso en el mercado único. El relato económico cuenta que, bajo los efectos de una fuerte demanda, los tipos de interés de las obligaciones se habrían visto reducidos, lo que habría alentado a los bancos a facilitar el crédito a las empresas y a los consumidores para, de este modo, relanzar la actividad económica y favorecer una subida de los precios. La amenaza de una deflación, así, se habría esfumado; gracias al aumento del nivel de la inversión, que desde 2009 constituye el punto débil del crecimiento europeo.

El programa consistía, grosso modo, en la compra masiva mensual de 50.000 millones de euros de bonos de deuda soberana.

El tipo de cambio era otro de los puntos candentes del programa. Puesto que la compra de activos públicos es equivalente a una inyección de euros en el mercado, el valor de la moneda se habría reducido, de tal forma y manera que habría permitido mejorar la competitividad de las empresas de la eurozona en una suerte de devaluación europea. Además, como las importaciones son más costosas, el nivel de los precios habría aumentado, de modo que el BCE habría podido mantener la inflación lejos del riesgo de deflación.

Ahora bien, ¿cómo se aplicaría todo esto en la práctica? Por medio de la compra masiva mensual de 50.000 millones de euros de bonos de deuda soberana y también de bonos de otras instituciones supranacionales y de agencias nacionales, lo que supondría y supuso una «inversión» de unos 1140 miles de millones de euros.

¿Sirvió para algo? El logro más evidente del programa fue la reducción del tipo de cambio del euro, lo que ha mantenido y acrecentado las exportaciones de países de la eurozona como España, Italia y Alemania. Sin embargo, a la hora de poner en marcha el paquete el Consejo de Gobierno del BCE se autoimpuso límites, como por ejemplo la obligación de renovación del programa, en lugar de que fuese automática en caso de que los objetivos no se hubiesen alcanzado todavía. Dicha rigidez para evitar que la financiación se saliese de la senda prevista sin tener en cuenta los posibles imprevistos que pudiese surgir, afirma el reconocido laboratorio de ideas Bruegel, dificultaron y dificultan en gran medida el éxito del programa.

LOS PROBLEMAS Y LAS CRÍTICAS

La crítica más obvia es que Draghi no ha podido evitar que la inflación entre en negativo a dos semanas de haber anunciado la segunda tanda del programa. Esto coloca al presidente del BCE en una situación muy complicada ya que el objetivo primero (y casi único) del Banco Central Europeo, tal y como aparece en sus propios estatutos, es el mantenimiento en todo momento y en todo lugar de la inflación lo más cercana posible y nunca superior al 2%, sin tener en cuenta nada más, y este y no otro había sido el argumento esgrimido por Draghi ante una opinión pública alemana bastante escéptica. Esta premisa, de la escuela monetarista estadounidense de los años sesenta, se impuso en el momento de creación del BCE para asegurarse de que el banco se habría concentrado únicamente en el riesgo de deflación y de hiperinflación y que el resto de cuestiones económicas habrían quedado en manos de los políticos. Pero Draghi, a pesar de la magistral dialéctica, tenía otro objetivo: reavivar la moribunda actividad económica.

Parece haber un consenso entre los sectores liberales y socialdemócratas europeos sobre la necesidad de que, en una Europa ahogada, se realicen reformas para estimular la actividad económica.

Ahora bien, en la situación actual de gran exceso de liquidez (lo que se conoce como «trampa de liquidez»), con un dinero cuyo precio es negativo y una falta clara de inversión privada y pública, son muchas las dudas que surgen sobre la utilidad de seguir inyectando liquidez en los mercados. Algo distintas son todas aquellas medidas concebidas para favorecer los préstamos bancarios a la economía real, que parecen a priori acertadas. De hecho, parece haber un consenso entre los sectores liberales y socialdemócratas europeos sobre la necesidad de que, en una Europa ahogada por el estancamiento de su economía, por un exceso de liquidez y también por un ahorro exacerbado en los países del norte de Europa, tan pernicioso como los niveles de déficit de los países del sur, se realicen reformas para estimular la actividad económica. Lo cierto es que, empero, no debería corresponder a Draghi el papel de salvador de las patrias europeas.

Por ello, convendría concluir que el éxito de los dos programas se verá edulcorado por la impasividad de los políticos europeos, quienes, con bajas primas de riesgo gracias a las compras de deuda pública de Draghi, esperarán como ya viene siendo costumbre al último momento para resolver la situación sin plan y a la carrera.

Por todo ello, si bien el plan de Draghi resulta indispensable para evitar una nueva recesión y para frenar el inicio de una crisis deflacionista, es cierto que no ha sido capaz de relanzar la economía. La llamada a los políticos es por tanto seria e imperiosa: sin un aumento de la inflación no habrá crecimiento sólido, ni se producirá tampoco una reducción progresiva ni de la deuda pública ni de la de los hogares. Y ya se sabe, el tiempo apremia.

Siga leyendo:

La expansión cuantitativa del Banco Central Europea: un manual detallado (marzo de 2015), Bruegel, por Grégory CLAEYS, Álvaro LEANDRO y Allison MANDRA (en inglés).

Marzo de 2016: previsiones macroeconómicas del BCE para la eurozona (marzo de 2016), documento oficial del Banco Central Europeo (en inglés).

¿Qué salida para las políticas de expansión cuantitativa? (07/12/15), Fundación Robert Schuman, por Emmanuel SALES (en francés).