Se llame Donald Trump, la Liga en Italia, el Frente Nacional en Francia, Alternativa para Alemania, los partidarios del Brexit en el Reino Unido o tantos otros que recurren al populismo para ganar votos, lo cierto es que estos personajes están modificando lentamente nuestra percepción de lo que es normal.
Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ
Qué locura, No me parece normal, Ni le presto atención son algunos de los himnos que hoy se escuchan para luchar contra el desconcierto que supone la llegada al poder (o a los micrófonos) de una clase muy particular de individuos: los populistas. Sean o no de nuestro agrado, lo cierto es que estamos comenzando a acostumbrarnos a las propuestas falsas y a los argumentos erráticos de esta categoría de políticos.
Sin embargo, el peligro no reside tanto (¿no reside solo?) en la extravagancia de las medidas que proponen o que ponen en marcha, como en lo normal que hacen parecer a cualquier otro individuo que sea menos extremista que ellos, aunque sea también radical.
Una vez infligido el daño, se consuman los tres males del populismo.
OBJETIVO ÚNICO: CAMBIAR TU PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD
Existe un concepto en la teoría política desarrollado por Joseph P. Overton que sugiere que hay una «ventana» o rango de ideas y de propuestas políticas aceptables en el discurso público. Todo lo que entre dentro de este rango es normal y esperado, mientras que lo que caiga fuera nos resulta radical, ridículo o impensable. Overton explicaba que para modificar esta ventana, es decir, para modificar lo que consideramos aceptable o deseable, es necesario forzar a las personas a considerar ideas en los extremos, lo más lejos posible del rango de ideas aceptables. Así, incluso en el supuesto de que rechazáramos estas ideas, el simple hecho de considerarlas provocaría que todas las ideas menos extremas pareciesen (más) aceptables en comparación, lo que movería la ventana lentamente en esa dirección.
El concepto de la ventana de Overton permite explicar cómo pudieron deformarse tan rápido las opiniones del público en lugares tan distintos como Reino Unido con el Brexit, en Cataluña con la quimera de la independencia o en Estados Unidos después de un año de cobertura mediática de la presidencia de Donald Trump. Todos estos actores aplicaron y aplican la técnica de la emoción, de la desinformación y de la demagogia para modificar las opiniones de su sociedad: sus propuestas, aunque las consideremos radicales, les facilitan que otras, que son las que realmente apoyan, nos parezcan más moderadas y las aceptemos, aunque en sí no sean tampoco positivas.
Piénsenlo un segundo. Son tantas las teorías de la conspiración, las personas con opiniones demagogas en la televisión y los portavoces deshonestos que hasta se nos han vuelto familiares y ya ni nos llaman la atención. A veces incluso nos divierten. La presencia constante de este tipo de despropósitos, sin embargo, está moviendo progresivamente la ventana de Overton y deformando, con ello, nuestra percepción de la política más allá del periodo de vigencia de estos personajes. Y claro, una vez infligido el daño, se consuman los tres males del populismo.
LAS TRES PLAGAS
Según la teoría de este sociólogo estadounidense, una política pública ha de pasar por diversos estadios hasta alcanzar una legitimidad plena en el debate político: para convertirse en medida efectiva, una idea impensable o radical debe conseguir ser calificada previamente por el público como «aceptable», luego como «sensata», para finalmente lograr ser «popular». Estos tres últimos adjetivos están incluidos dentro del margen de la ventana de Overton. Además, algunos expertos han indicado cómo con una buena teoría de la conspiración, si se siguen una serie de pasos, se puede legalizar prácticamente cualquier medida con el apoyo de los ciudadanos. Por tanto, vale la pena confirmarlo: saben manipularnos y lo hacen constantemente. Por esto desarrollar un pensamiento crítico se vuelve esencial si queremos ser libres.
El populismo logra esparcir tres plagas. Primero, la costumbre: puesto que escuchamos constantemente a individuos decir sandeces, nos habituamos a ellas hasta volvernos inmunes.
Aunque creamos que el populismo no nos afecta, lo cierto es que no estamos exentos de sus artes.
Segundo, la aceptación: empezamos a considerar moderada a cualquier persona que piense de manera menos histriónica, es decir, modificamos nuestra percepción de lo que supone la moderación y, con ello, de lo que es el sentido común y de lo que constituye el centro político. Por ejemplo, si antes el centro en Estados Unidos lo conformaban las propuestas del Partido Demócrata (liberal) y el partido republicano (conservador) se situaba a la derecha del debate, hoy, puesto que Donald Trump ha ocupado la derecha, el antiguo centro se ha convertido en la izquierda del debate y el centro lo han ocupado los que antes eran neoconservadores. La oposición a Donald Trump dentro de su propio partido se ha transformado así en la nueva moderación, con consecuencias estructurales en el pensamiento político del ciudadano medio estadounidense.
Por último, el sometimiento: nuestras democracias se desmoronan porque, incluso rechazando la lógica populista, llega un punto en el que bajamos tanto el listón por culpa del populista en el poder, sea este Trump o cualquier otro, que al final consideramos que gobernar bien un país es sencillamente gobernarlo mejor que dicho populista. Es el fin de la excelencia; los estándares se hunden y es entonces cuando la mediocridad y la decadencia reinan.
Por todo esto, aunque creamos que el populismo no nos afecta, aunque creamos que somos inmunes a sus patrañas, lo cierto es que no estamos exentos de sus artes. Para combatirlo activamente el único antídoto es el espíritu crítico y alerta, porque aunque algún día estos populistas dejen la escena pública, el verdadero reto será evitar que nuestra percepción de la realidad se vea menoscabada durante años, quizá durante décadas.
Haz clic aquí para leer la primera parte Qué es el populismo y por qué considerar todo como tal daña nuestra democracia.