Los cinco verbos que necesitamos para anular a la extrema derecha

El líder de Vox, Santiago Abascal, en un mitin político.

Era una cosa del resto de Europa, no de España. La extrema derecha ni estaba ni se la esperaba. Cuarenta años de dictadura nos habían hecho comprender que por ahí futuro no había. Y en realidad seguimos siendo la excepción.

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

Sin embargo, si uno pone la radio o lee un periódico español parece lo contrario. La cobertura informativa roza la obsesión. ¿Desde cuándo merece tanta atención en nuestros informativos? ¿Acaso no llevan años hablando solos? Hay muchos temas importantes en el debate público como para aceptar este reduccionismo. Valdría la pena preguntarse si debemos pasarnos el día hablando de lo que a ellos les conviene.

Les da igual lo que digamos de ellos, lo importante para la extrema derecha es estar en el centro del debate.

Una vez en clase de comunicación nos explicaron que en política los debates los gana quien logra imponer ciertos temas sobre otros, independientemente del tratamiento posterior que se les dé. Así, que se hable del asunto territorial beneficia normalmente a las derechas de uno u otro partido, más allá de que ofrezcan alguna o ninguna solución. Del mismo modo, hablar de derechos sociales o de libertades públicas suele favorecer a la izquierda, propongan más o menos medidas. El contenido en sí no es tan relevante: lo crucial es el tema.

Decía Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray que lo único peor a que hablaran de uno era que no hablaran. Esto lo comparte VOX. A ellos les da igual lo que digamos de sus ideas, lo importante para la extrema derecha es estar en el centro del debate. Por eso tenemos que estar atentos a qué tipo de tratamiento informativo queremos hacer. Si nos equivocamos cuando cubrimos ideologías que inflaman el odio y la intolerancia, producto de la rabia personal, podríamos contribuir a su auge. Si jugamos con fuego se nos quema la casa.

No se puede difundir sus mensajes sin comprobar su veracidad antes.

Con la experiencia europea, España tiene la ventaja de estar advertida. Ya sabemos qué errores debemos evitar cometer, cómo proceder. No solo los periodistas, sino también los ciudadanos. De esta sensación de alerta inicial, debemos pasar a entrenar unos reflejos sanos. Cinco verbos pueden ayudarnos en la tarea. La extrema derecha se anula con metodología:

Primero, dimensionar su importancia. O redimensionar, visto lo visto. En lugar de obsesionarse con la novedad y su horror, conviene reconsiderar su relevancia informativa en función de su aporte al debate democrático. ¿Lo aclara o lo ensombrece? No cabe duda de que hay que cubrir los mítines políticos y de que el aumento en la intención de voto a un partido ultra es noticia e interesa, pero doce escaños de ciento nueve en un parlamento regional, es decir, el 11% del voto, no puede suponer el 90% de los informativos y de las tertulias nacionales. A eso se le llama publicidad, no noticia.

Enfocar los temas. A los extremistas les interesan temas sobre los que ya existe consenso entre todos los demócratas. No podemos seguirles el juego y empezar a ponernos en cuestión a cada comentario. Hay que dejarlos hablando solos de sus temas: los demócratas tenemos que volver a los nuestros. Además, un tema es relevante si requiere de verdad nuestra atención porque nos afecta: con la inmigración irregular en su punto más bajo desde 2015, no tiene sentido que todo el debate gire en torno a esa cuestión.

Qué palabras usamos condiciona la forma en la que percibimos la realidad.

Esclarecer los contenidos. La extrema derecha lía y confunde. Ante la falta de credibilidad, hay que hacer periodismo. No se puede difundir sus mensajes sin comprobar su veracidad antes, sin contextualizar sus datos. La simple reproducción de falsos argumentos no ayuda a aclarar el debate, solo embarra. Ante el engaño, los datos; y puesto que con ellos hay que matizar siempre, es mejor sacarlos de los titulares, que suelen simplificar demasiado la realidad. Se venden menos periódicos pero se gana en calidad democrática.

Adecuar el lenguaje. La lengua es nuestra herramienta diaria, estructura nuestro pensamiento. Qué palabras usamos condiciona la forma en la que percibimos la realidad. Por ello debemos cuidarla al máximo, evitando los términos propios de la extrema derecha, que inducen al miedo o al odio. A los españoles nos encanta exagerar, pero el uso de palabras como “invasión” o “emergencia”, tan connotadas, debe limitarse a cuando de verdad sea necesario.

Repreguntar. Preguntemos y, luego, preguntemos otra vez. Cuando usen argumentos falsos, hay que desenmascararlos. Es bueno preguntarles por sus incongruencias, que expliquen sus aseveraciones. Cuando hablen de “los españoles primero”, ¿saben que están actuando en contra del principio de no discriminación por nacionalidad de los tratados europeos? En ese caso, ¿pretenden salir de la Unión? ¿Cuál es su plan alternativo? ¿Con qué datos? Cuando hablan de que van a defender a la familia tradicional, ¿están hablando de abolir el matrimonio homosexual? ¿Qué harán con los miles de matrimonios entre personas del mismo sexo que ya existen? Cuando hablan de la frontera sur y de frenar a la inmigración, ¿van a construir un muro en medio del mar? ¿En qué se basan para argumentar que la inmigración es insostenible? Y por supuesto hay que investigar para repreguntar. ¿De dónde vienen? ¿Qué tipo de amistades los apoya en Europa? ¿Quiénes los financian?

No existe legitimidad alguna en utilizar la propia libertad para quitársela a otro.

Sin agobios. Hay que dimensionar, enfocar, esclarecer, adecuar y repreguntar siempre con mucha serenidad y también con mucha pasión. España no es un país de extrema derecha. La población simplemente está hastiada de la percibida como corrupción generalizada e impunidad. A esto se le ha sumado una profunda rabia y frustración por la falta de soluciones socialmente sostenibles a la eterna y fraudulenta crisis económica. Entre una cosa y otra, el asunto catalán, tan mal gestionado por Mariano Rajoy, se ha utilizado como gasolina para solo hablar de la falsa identidad de las banderas que nada resuelven y olvidar el debate de fondo de las políticas que mejoran, esas sí, la vida de los ciudadanos. Y así nos va.

VOX y el resto de extremas derechas no tienen cabida en nuestras democracias porque su objetivo es precisamente acabar con ellas. Como sabemos, no todas las opiniones son respetables y no todo es aceptable. No existe legitimidad alguna en utilizar la propia libertad para quitársela a otro. Debemos repudiar las ideas y los argumentos que escupen odio. Nuestros Estados democráticos se basan en la convivencia y en la tolerancia, además de en el respeto a las minorías. Los postulados de la extrema derecha vienen precisamente a minar estos valores fundacionales.

Ahora bien, que no cunda el pánico. La extrema derecha ni tiene razón ni aporta soluciones a nuestros problemas. Por eso el trabajo está ya medio hecho. Lo único que hay que hacer es desmontarla y trabajar con rigor para construir sociedades prósperas e inclusivas. Eso sí, con grandes dosis de generosidad.