Tiempos de elecciones (1/2): ¿hemos superado el eje izquierda-derecha?

Photo by Chris Slupski on Unsplash Manifestación en España / Photo by Chris Slupski on Unsplash

Es frecuente escuchar en Europa que la política ha superado la clásica división entre izquierda y derecha. Sin embargo, lo que se ha producido es una multiplicación de sus supuestos. Aunque complementarios y en ocasiones superpuestos, los nuevos ejes de fractura dan vida a una visión poliédrica del pensamiento político. En este primer artículo, analizamos dos de ellos.

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

No, no es verdad que nos hayamos convertido en híbridos postmodernos apolíticos. Más que difuminar las fronteras entre la derecha y la izquierda, lo que ha ocurrido es que las hemos granulado, ampliado, matizado hasta el punto de que ya no podemos hablar de un eje de fractura, sino de varios. Elementos como la libertad negativa o positiva, la apertura al otro y la tolerancia, la actitud frente a la globalización y la identidades inclusivas o excluyentes están reconfigurando nuestra visión del mundo.

LIBERTAD POSITIVA O NEGATIVA E IGUALDAD: EL EJE CLÁSICO

Podría dar la impresión de que la división izquierda-derecha está superada, sobre todo en el ámbito europeo, donde la defensa del proyecto común ha ahogado el debate ideológico. Sin embargo, los partidos europeos tienen el mérito de haber logrado centrar la discusión en torno a posiciones hoy menos nacionales.

Hoy en día casi convendría mejor hablar de las izquierdas y de las derechas.

Así, ser partidarios de una libertad más negativa o positiva, es decir, estar a favor de reducir la regulación para eliminar escollos a la libertad individual, propio del campo liberal de derechas, o preferir introducir elementos públicos para ofrecer oportunidades a quien no las tiene, propio del campo socialdemócrata de izquierdas, conforma un debate de plena vigencia hoy en la UE.

En este eje se concentran los temas propios de la lucha de clases y contra las desigualdades económicas, que conforman el debate clásico entre la izquierda y la derecha.

Ahora bien, dentro de cada bloque han surgido distintos matices y niveles de posicionamiento que hacen estéril las etiquetas en singular. Hoy en día casi convendría mejor hablar de las izquierdas y de las derechas. De este modo, observamos como en el campo de la derecha se está dirimiendo un conflicto ideológico entre los partidarios del liberalismo económico y social y los defensores de un modelo más nacionalista, a menudo proteccionista. En la izquierda, por su parte, los errores de una socialdemocracia que en ocasiones se ha visto seducida por los postulados neoliberales han dado lugar al auge de una izquierda más estatal, con postulados de cambio de época más contundentes.

Las derechas, sobre todo las liberales, han intentado obviar este eje por razones electorales, presentándose como un nuevo centro a todas luces razonable y casi solo técnico. Son las izquierdas, en cambio, las que lo utilizan a menudo pues de ello sacan rédito electoral, al diferenciarse de una visión neoliberal del mundo. En Europa es evidente cómo hoy se enfrentan entre sí los partidarios de una Europa más integrada socialmente (a la izquierda) y los defensores de una simple integración de los mercados (a la derecha).

APERTURA Y TOLERANCIA: PROGRESISTAS FRENTE A REACCIONARIOS

Más allá de las cuestiones económicas, surge en Europa el debate de la apertura al otro. Se trata de una separación que conviene a las izquierdas y a los liberales de centro-derecha, quienes intentan aprovechar el espacio dejado por un partido Popular Europeo (PPE) más conservador. Su intención es sumar votos jugando la carta de un «progresismo» favorable a una mayor apertura antes los repliegues sociales y económicos del conservadurismo.

El presidente francés, Emmanuel Macron, intentó hace poco presentarse como el líder del eje de la apertura.

De hecho, la elección de Manfred Weber como candidato del PPE a la presidencia de la Comisión Europea puso de manifiesto los intentos de este partido por mantener una línea dura y claramente conservadora que pueda frenar la ascensión de los partidos más a su derecha. El PPE se debate hoy entre una posición más centrada, de la que hizo gala en el pasado, o una radicalización de sus postulados para recuperar votos ultra. Tal es el nivel de conflicto entre las derechas que el ataque a la izquierda queda casi en un segundo plano.

En el lado reaccionario encontramos a partidos como la Liga italiana de Matteo Salvini, el Frente Nacional de Marine Le Pen, los conservadores polacos en el poder o los partidarios de Viktor Orbán, primer ministro de Hungría. Todos ellos comparten la visión de que Europa es blanca y cristiana y rechazan los enfoques multiculturales o abiertos al mundo. Sin embargo, a pesar de la retórica compartida, llena de simplificación y de crítica perenne a un supuesto establishment bruselense elitista e inútil, no hay mucha sustancia ni puntos en común. Casi parece que están de acuerdo en que no pueden cooperar. Como ejemplo, la cuestión de la acogida a los refugiados: la Liga en teoría entiende que Italia debe promover el traslado de los inmigrantes al norte de Europa para disminuir la «carga» que suponen aunque luego vote en contra de dichas cuotas en Bruselas para poder seguir sacando rédito del conflicto político, mientras que países como Hungría o Polonia son partidarios de que los migrantes permanezcan en el país donde arriban en primer lugar.

El presidente francés, Emmanuel Macron, intentó hace poco presentarse como el líder de este eje de apertura con una carta dirigida a todos los ciudadanos europeos. Aunque esta fue la estrategia que le valió la presidencia de la República, muchos analistas apuntan que la estrategia podría no servirle en esta ocasión porque, frente a las opciones políticas reaccionarias, se erige también una izquierda progresista que rechaza el actual establishment europeo, del que él formaría parte (eje primero).

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