Un paseo por Europa (3/3): el sur, entre el hartazgo y la vanguardia

António Costa, primer ministro portugués, saluda a Alexis Tsipras, primer ministro griego.

En este último itinerario por Europa, descubrimos cómo el sur, durante años acusado de poco fiable, se ha levantado y reclama recobrar el lugar que le corresponde en la UE. Si Italia atraviesa un momento de hartazgo generalizado, otros países como Portugal proponen no solo una nueva concepción de la política, sino también medidas de esperanza para un continente que ha confundido tecnocracia con austeridad.

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

El sur levanta susceptibilidades en Europa. Según el imaginario norteño, los países mediterráneos no hacen sus deberes y toda propuesta de cambio que realizan es para que el norte saque la chequera y subvencione su costoso estilo de vida. Como decíamos en la entrega anterior, según este relato los beneficiados del sistema serían los del sur, y el norte estaría sufriendo por esta situación. Nada más lejos de la realidad.

Que quede dicho, el sur de Europa tiene reformas pendientes que debe acometer: luchar contra la evasión fiscal y la corrupción política; reformar sus sistemas judiciales para que los casos se resuelvan con mucha mayor celeridad; mejorar los índices de deuda y de déficit, pero también de desempleo, de precariedad laboral y de pobreza; sostener políticas de apoyo a sectores de futuro, entre los que se encuentra la educación y la cultura; etc. A menudo los líderes políticos nacionales de Grecia, Italia, España y Portugal han echado la culpa a la UE de su propia parálisis o de sus propias debilidades, pero tampoco es falso afirmar que parte de los problemas que afligen a estos países se debe a una concepción deficitaria de la estructura de la moneda única y de su sistema de control y garantías que, sin la coordinación de las economías, impide que cualquier país, por sí solo, pueda reconducir y consolidar un crecimiento duradero. El economista belga Paul de Grauwe es una de las últimas voces que lo ha defendido en esta entrevista en EL ESPAÑOL.

Ahora los italianos tendrán que sufrir un gobierno xenófobo, extremista y profundamente euroescéptico que solo provocará mayor desigualdad y pobreza económica, además de una profunda fractura social.

Grecia es la gran olvidada y no levanta cabeza. El país, todavía bajo supervisión «técnica» y mil veces humillado, quizá sea el símbolo más claro de que esta Europa no está a la altura de sus promesas de prosperidad compartida. Los que hoy celebran el éxito del mortífero rescate, cuyo supuesto final quedó acordado el pasado 21 de junio, deberían explicarles a los griegos los beneficios de semejante política. No parece muy sensato que se haya prestado dinero a un país que no podía devolver dicho préstamo porque estaba ya endeudado; o que se haya ahogado con políticas que el propio FMI ha reconocido como equivocadas la capacidad de dicha economía para volver a crecer y afrontar así sus deudas. El PIB del país, nada menos, perdió un 30% de su valor durante los años del mal llamado rescate.

Además, nadie en Europa apoyó con una política de inversión extranjera o con medidas que aumentasen la demanda exterior el ajuste al que fue forzado el Estado griego. Y no será por la falta de beneficios que supuso esta crisis para ciertos países: supimos por ejemplo hace unos días gracias a Euractiv y a El Confidencial que Berlín obtuvo en beneficios unos 2900 millones de la deuda griega. En concreto, explicaban, «hasta 2017 el Bundesbank tuvo ganancias por intereses de 3400 millones de euros, de los que fueron transferidos al MEDE y a Grecia 527 millones en 2013 y 387 millones en 2014, con lo que queda un beneficio de 2500 millones de euros». Si esta es la política de la solidaridad y de la responsabilidad algunos tenemos un problema semántico.

No obstante, nos informa Pierre Moscovici, actual comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Fiscalidad y Aduanas, de que no debemos preocuparnos: Grecia seguirá bajo supervisión económica durante los próximos diez años como mínimo para que continúe con «las buenas políticas». Por «buenas» entendemos que se refiere a las que han permitido a Grecia, según datos de la OCDE, aumentar su deuda del 117,4% del PIB en 2008 al 179,8% en 2015 hasta consolidarse en el 178,6% actual, y eso a pesar de que en 2012 se produjo una primera reestructuración que la disminuyó temporalmente un 30% (véase el estudio de LA MIRADA EUROPEA sobre la deuda griega aquí). Grecia es el ejemplo perfecto de que la UE tiene que reformarse.

Italia es distinta. Pier Carlo Padoan, ministro de economía durante los años del gobierno del Partido Democrático, presentó en 2016 una excelente propuesta de reformas de la unión monetaria que fue apoyada por la Comisión y desoída por el resto de Estados miembros. LA MIRADA EUROPEA se hizo eco de ella por entonces. Hoy el pueblo italiano, hastiado de la incapacidad de los países europeos para reformar la UE y de sus propios gobernantes para dar solución a los problemas del país, ha sucumbido a los cantos de sirena del populismo de la solución fácil. Ahora los italianos tendrán que sufrir un gobierno xenófobo, con tintes neofascistas y profundamente euroescéptico que solo provocará, a la vista del programa que está aplicando, mayor desigualdad y pobreza económica, además de una profunda fractura social. El problema es que países como Francia o España necesitan ahora más que nunca una Italia constructiva para poder convencer al resto de Estados de que se apliquen las reformas que Italia misma lideró hace unos años.

El gobierno portugués de António Costa, en contra del criterio propuesto por la Comisión en sus recomendaciones, logró aunar estabilidad económica con medidas de carácter social que liberaron a la población de una austeridad mal entendida.

La nueva sensación en la sombra, en cambio, es Portugal, cuyo gobierno ha demostrado que en Europa hay margen de maniobra para aplicar postulados distintos de los neoliberales sin por ello quebrantar las reglas europeas de déficit y de deuda, más bien al contrario. Allí, al gobierno formado a finales de 2015 por el socialista António Costa, segundo en las elecciones, gracias a una alianza de izquierdas con el Partido Comunista y el Bloque de Izquierdas, se le pronosticaron todo tipo de males. Sin embargo, el ejecutivo no cedió y, en contra del criterio propuesto por la Comisión en sus recomendaciones, logró ser pronto el más progresista de Europa, aunando estabilidad económica con medidas de carácter social que liberaron a la población de una austeridad mal entendida, impuesta por el gobierno conservador anterior.

De esta manera, António Costa ha logrado reducir el déficit hasta el 2%, bajar la tasa de paro al 7,5% (la más baja desde 2008) e impulsar el crecimiento del PIB un 2,7%. Mientras cumple con las exigencias de la UE, el gobierno socialdemócrata ha conseguido subir el salario mínimo de 530 a 557 euros en 2017, subir las pensiones y los sueldos públicos, reducir la jornada laboral para los funcionarios a 25 horas semanales y recuperar cuatro días festivos. Asimismo, el IVA ha disminuido del 23% al 13% y se han paralizado las privatizaciones de los transportes públicos urbanos y de la compañía aérea nacional, TAP Portugal. El éxito económico permitió a Mário Centeno, ministro luso de economía, convertirse en el nuevo presidente del Eurogrupo. El gobierno de Costa dejó así de ser una amenaza para ser visto como un ejemplo.

Tras una moción de censura a la corrupción, el nuevo gobierno español de Pedro Sánchez ya ha declarado que «Europa es nuestra nueva patria».

El desempeño de Portugal prueba dos elementos clave para Europa. Primero, que la UE no es la madre de todos los males, pues aunque la Comisión sí vela por que se cumplan los objetivos que se dieron los Estados miembros y sí intenta imponer un tipo de política económica concreta para lograrlos, los gobiernos son en realidad libres para alcanzar esos objetivos según sus prioridades. Segundo, que los defensores de la austeridad no tenían razón al decir que no existía alternativa a sus políticas, pues Portugal demuestra que no resulta necesario hundir un país para que cumpla con el 3% de déficit o con el 60% de deuda.

En eso está precisamente España, un país con niveles de paro más propios de un Estado fallido que de una historia de éxito. Tras una moción de censura a la corrupción, el nuevo gobierno de Pedro Sánchez ya ha declarado que «Europa es nuestra nueva patria». La elección de Josep Borrell, presidente del Parlamento Europeo entre 2004 y 2007, como ministro de exteriores y de Nadia Calviño, hasta ahora directora general de presupuestos (DG BUDG) en la Comisión Europea, como ministra de economía confirma el perfil europeísta del ejecutivo. El nuevo gobierno español se postula ante la UE como un socio fiable y a la vez muy favorable a las tesis de cambio de Macron y de Costa. En la Comisión, de hecho, ya describen al nuevo ejecutivo español como «macronista con un toque socialdemócrata». Veremos sus propuestas concretas en el próximo Consejo Europeo del 28 y 29 de junio.

Además, con la caída temporal de Italia en manos de la ultraderecha, parece que se constituye un inédito eje París-Lisboa-Madrid que, junto a Irlanda y a otros países, podría facilitar el aceite que se requiere para engrasar y mover la maquinaria europea. Francia, con todo, espera mantener a Italia en la primera línea para convencer a Alemania.

NO PERDAMOS LA ESPERANZA

El nivel de frustración es muy grande en una parte creciente de la sociedad europea que se ha dejado embaucar por los cánticos de los que, aprovechando el alto nivel de desinformación sobre Europa, profieren odio sin ofrecer soluciones a problemas complejos. Que quede claro: es la parálisis nacionalista, y no la supranacional, la que impide desde hace una década que el continente se reforme para adaptarse al mundo de hoy.

Ha llegado la hora por tanto de apoyar a los pocos políticos que se erigen en visionarios de un modelo inclusivo, de progreso y de prosperidad para el conjunto de países europeos, no solo para los Estados más ricos. Si la unión política parece aún improbable, no podemos retrasar más la unión fiscal y económica, al menos en parte. Es nuestro deber exigir a nuestros políticos nacionales responsabilidad y altura de miras.

Los enormes retos a los que se enfrenta Europa no se van a resolver con nuevas fronteras, expulsando al diferente o buscando la confrontación y el odio, sino arrimando el hombre y siendo generosos, los unos con los otros. Ahora más que nunca hay que ser innovadores y valientes, repensar Europa sin miedo y con ambición, comprenderse más y actuar de una vez. No debemos bajo ningún concepto caer en la trampa del discurso neofascista intentando imitar sus falsas soluciones. La historia nos contempla y todavía surgen dudas de si estaremos a la altura de lo que se espera de nosotros como sociedad.