El presupuesto plurianual, segunda parte: por qué este presupuesto de la Comisión podría ser el último

Ni nacionalistas ni conservadores, en Europa nos hacen falta visionarios. En este segundo artículo, explicamos cómo la propuesta presentada por la Comisión carece de ambición y cómo, lejos de mejorar la eficiencia del sistema, dará pábulo a los que quieren pulverizar la Unión.

Rafael Guillermo LÓPEZ JUÁREZ

El sentimiento que deja la propuesta de la Comisión es bastante amargo. Aunque se agradece que el ejecutivo haya logrado constituir verdaderas políticas comunitarias, sus pretensiones son tan pobres que confirman que Europa está en horas muy bajas, por dos razones: primero, porque las prioridades de la Comisión (control de fronteras y defensa, política migratoria y de asilo y política educativa y de I+D) son, a nuestro entender, fruto de una interpretación deficitaria de los problemas que aquejan a la sociedad europea y sus demandas; y, segundo, porque reorganizar todo el gasto solo en torno a tres grandes objetivos es extremadamente insuficiente.

Colocar más guardias en las fronteras, fabricar más armas o facilitar que los jóvenes crucen las fronteras quizá no es la manera más convincente de forjar europeos. Por supuesto, doblar el presupuesto para el Erasmus o reforzar la acogida de inmigrantes son medidas de una obviedad que duelen y son, por ello, de urgente aplicación, pero resulta evidente que el malestar de los ciudadanos europeos es mucho más profundo y que este no va a desaparecer con medidas de postín.

Hoy los dos grandes retos de Europa son, por una parte, la creciente desigualdad entre territorios y entre clases sociales y, por otra, la falta de políticas de apoyo al crecimiento sostenido y a la creación de empleo de calidad, con énfasis en «de calidad», porque en precariedad y en maquillaje de cifras de desempleo somos campeones. Además, esas desigualdades tienen causas bien claras: la territorial se debe a la estructura de nuestra inacabada unión monetaria que, sin unión fiscal, incluso parcial, multiplica los efectos negativos de los choques económicos en los países más expuestos; y la social se debe a la aplicación de una reglas presupuestarias demasiado estrictas y completamente ajenas a parámetros sociales como el nivel de pobreza, de desempleo o de precariedad de los Estados en que se aplican.

El malestar de los ciudadanos europeos es mucho más profundo y no va a desaparecer con medidas de postín.

Sin una reforma global del presupuesto, ambiciosa y que defina con vehemencia la importancia de que los Estados cooperen de verdad a nivel europeo, la UE no aguantará el temporal. Porque la Unión tiene que ser útil para resolver en sus localidades los problemas de la gente, con mucho, muchísimo más ahínco y convencimiento, y no estar ahí para promover en abstracto no se sabe bien qué ideal europeo. Ser europeísta hoy es eso: repensar Europa a fondo y con altura de miras. Quien desee dejarla como está, o reformarla tal vez un poco, estará contribuyendo, por omisión, a su final.

UN PRESUPUESTO ETERNO

Dos elementos del presupuesto son inaguantables: la necesidad del apoyo unánime de todos los Estados miembros (y del Parlamento Europeo) para su aprobación, lo que volverá el proceso agotador y eterno; y la ocurrencia de que el presupuesto, es decir, que los techos anuales máximos asignados a cada partida se decidan ahora para los próximos siete años.

Respecto de los tiempos, la Comisión, siempre optimista, espera conceder la máxima prioridad a las negociaciones con el fin de alcanzar un acuerdo rápido antes de las elecciones al Parlamento Europeo y de la cumbre de Sibiu prevista para el 9 de mayo de 2019. Quieren hacerlo así, parece, para dejarlo todo bien atado antes de que se produzca la anunciada debacle en las próximas elecciones europeas. No lo conseguirán, y si no lo creen, tiempo al tiempo.

Sin embargo, lo realmente grave es que el marco presupuestario, pensado para siete años, no solo resulta excesivamente rígido, sino que además provoca dudas legítimas sobre la calidad democrática en la Unión. Afirma la Comisión que establecer los techos de gasto para cada categoría garantiza que las prioridades de la Unión dispongan de una «financiación adecuada» a medio plazo, además de garantizar una «disciplina presupuestaria» y aportar «seguridad» a los beneficiarios de los fondos de la UE, dada su previsibilidad. Sin embargo, ¿nadie se ha planteado si una Comisión que está a punto de morir debería decidir las prioridades políticas de la próxima Comisión, que estará al mando durante cinco años, y del primer año de la siguiente? Es como si Aznar, al final de su segunda legislatura, hubiese aprobado unos presupuestos para los seis primeros años de Zapatero. O como si en Francia Nicolas Sarkozy, en su último año, hubiese presupuestado unas cuentas que hubiesen atado de manos al presidente François Hollande durante sus cinco años al frente del país y a Emmanuel Macron durante su primer año, es decir, hasta justo ahora, sin margen para cambiar el rumbo político. Es a todas luces tan ridículo y deja tan pocos argumentos a los que defendemos que Europa es un proyecto democrático, elegido por los ciudadanos, que hasta un político francés conservador, Jean Arthuis, propuso a finales de 2017 que se mantuviese solo un presupuesto plurianual para las políticas más previsibles (Política Agrícola Común, fondos estructurales, Erasmus+, etc.) y que, para el resto, se volviese a una programación anual. La Comisión, sin embargo, ha preferido hacer oídos sordos.

EL PRESUPUESTO ES SOLO EL 1% DEL PIB

El presupuesto europeo pasará del 1% al 1,18% del PIB y la Comisión ha pedido «comprensión» a los Estados pues deberán aportar más a la hucha común. Decíamos en el artículo anterior que ese 1,18% suponía unos 1135 mil millones de euros, que parece mucho pero es modesto si lo comparamos con el tamaño de la economía europea e incluso de los presupuestos nacionales. Sin ir más lejos, España dispone de un presupuesto equivalente al 42,2% del PIB nacional, es decir, de 472 miles de millones de euros para políticas que afectan únicamente a España. Del mismo modo, en Estados Unidos el presupuesto equivale al 30% del PIB, lo que supone unos 3 billones de dólares. Dicho esto, dicho todo: no hay más preguntas, señoría.

La sensación que deja el presupuesto presentado es que la Comisión está más centrada en no levantar susceptibilidades que en responder a las críticas que le llegan desde la calle.

Es cierto que con el 1,18% la Unión hace maravillas e invierte con esmero en sectores en los que trabajar juntos entraña un alto impacto, pero tampoco es falso afirmar que faltan recursos y que necesitamos urgentemente una verdadera política fiscal con un presupuesto en serio. Nosotros no proponemos aumentarlo al 30%, porque para ello habría que multiplicar también los campos en que la UE tiene competencia y esto supondría un debate mucho más profundo que, por ahora, puede esperar, pero sí convendría llegar al porcentaje que propone la mayoría de expertos, a saber, a un 10% o un 15% del PIB europeo, para poder resolver por fin las deficiencias de una unión monetaria incompleta de la que una amplia mayoría de países está sufriendo todos los inconvenientes sin ver los beneficios. En estos Estados, los ciudadanos llevan varios años dándose cuenta de que la erosión de los conceptos de «solidaridad», de «justicia» e incluso de «eficacia» en la arquitectura europea está minando su continuidad.

PRIORIDADES NINGUNEADAS

La sensación que deja el presupuesto presentado es que la Comisión parece estar más preocupada por lo que dirán los países que mejor van económicamente y que más reticentes son a aportar al bienestar común, como es el caso de Alemania, de Finlandia, de los Países Bajos o de Dinamarca, que en escuchar la crítica que le llega desde la calle. Pongamos un ejemplo: que no se proponga ya un impuesto de sociedades progresivo a nivel europeo que permita elevar el dinero disponible es un fracaso, por mucho que Luxemburgo o Irlanda se hubiesen opuesto. Tampoco parece excesivamente preocupada por hacer reformas que logren la convergencia prometida: establece solemnemente el preámbulo de los Tratados europeos que los Estados miembros están «resueltos a lograr el refuerzo y la convergencia de sus economías y a crear una unión económica», pero la actual propuesta contradice esta declaración. Y todo a pesar de que es injusto: el pasado 10 de mayo Emmanuel Macron, que recibía en Alemania el Premio Carlomagno «por su visión fuerte de Europa», recordó a Angela Merkel que «Alemania no puede seguir permitiéndose un fetichismo perpetuo por los superávits presupuestarios y comerciales, porque los obtiene a costa de los demás».

«Alemania no puede seguir permitiéndose un fetichismo perpetuo por los superávits presupuestarios y comerciales, porque los obtiene a costa de los demás» (Emmanuel Macron)

No dijo ninguna mentira. Los países del norte se ven favorecidos por la actual arquitectura europea: aprovechan las ventajas que les ha supuesto una moneda única, una inflación baja y unas reglas estrictas (reforzadas, en lugar de relajadas, cuando llegó la crisis), sin que a cambio tengan que contribuir a un presupuesto común en la medida en que una unión monetaria requeriría. Por supuesto: todos deseamos que a los Estados del norte, Alemania a la cabeza, les vaya bien, pero no solo a ellos. Al resto de países europeos también les debería ir bien, si no la Unión se rompe.

EU Commission President Juncker delivers a speech at a conference on the EU's next long-term budget after Brexit in Brussels
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, en una conferencia en Bruselas sobre el futuro del presupuesto europeo tras el «Brexit».

Por esto, resulta irresponsable que la propia Comisión no tenga la valentía de denunciar que, puesto que estos países no desean concluir la unión monetaria, al final las migajas del presente presupuesto se las deben repartir los países empobrecidos con el sistema, que son, en cambio, los que más las necesitan. Así se da la increíble situación de que España y Grecia, países golpeados primero por la crisis y luego por las carencias y la rigidez del sistema, obtengan financiación solo en detrimento de los países exsoviéticos de Europa Central, que son el otro bloque que más la necesita. Es una guerra entre pobres.

Por cierto, la Comisión propone además que las políticas de cohesión estén más ligadas al Semestre Europeo, es decir, a la puesta en marcha de «reformas estructurales». Convendría hacer una anotación: qué duda cabe, de todos es sabido que resulta esencial que se lleven a cabo amplias reformas para mejorar la eficiencia y la coordinación de las políticas de nuestros países, así como para erradicar la evasión fiscal y la corrupción política, pero también es cierto que es inaceptable utilizar el presupuesto europeo como trampa para financiar reformas que, en realidad, son dañinas para la prosperidad económica de los países en que se aplican, pues permanecen ciegas a las crecientes desigualdades y no tienen en cuenta parámetros sociales. El término austeridad todavía está de moda, pero nadie defiende lo importante que resulta determinar cuándo una medida es proporcional y oportuna, con sentido de la medida y del tiempo, y cuándo no.

Así se da la increíble situación de que España y Grecia obtengan financiación solo en detrimento de los países exsoviéticos de Europa Central. Es una guerra entre pobres.

En resumen, esta propuesta propone una serie de mejoras que son loables pero languidece al perpetuar deficiencias del sistema actual. La Comisión ha preferido ser excesivamente cauta y por ello se le tornarán en contra los hados: puesto que los Estados miembros tendrán que adoptar un presupuesto por unanimidad, la (pocas) pretensiones serán revisadas a la baja. Por no haber querido dar un puñetazo en la mesa para obtener lo improbable, la Comisión se arriesga a no conseguir nada al haber pedido tan poco. Y entre medias el presupuesto propuesto da pábulo a los que no desean otra cosa que liquidar la Unión. Ya lo hemos dicho en numerosas ocasiones: hoy la parálisis nos lleva al cuestionamiento de Europa y, esperemos que no, a su disolución. Esta es, como ya viene siendo habitual, otra oportunidad perdida para los que desean que de corazón se avance, y seguramente sea el caso de Jean-Claude Juncker, hacia una Unión mejor.

Haz clic aquí para leer la primera parte ¿En qué se gastará la Comisión tu dinero hasta 2017?